A ese hombre yo lo conozco. Llegó con mi primer sobresalto a la vida, cuando yo era solo un soplo de ilusión íntima y profunda. Desde entonces, sigo tras sus huellas como el sol al horizonte.
En su hermosa persecución por lo humanamente perfecto lo sorprendí una mañana arrullándome con canciones que anunciaban, con ingenua adultez, la recóndita ternura de los sueños del amigo.
Nadie como él despertó en mí, con suma sencillez, la mágica armazón de los sonidos, cuando desde mi cuna comencé a experimentar el maravilloso goce del lenguaje, ese que nos instruye y hoy nos hace más capaces.
Un día, desde sus rodillas ... hizo suyos mis desvelos, inquietudes y alegrías. Entonces crecí ... y decidí llamarle compañero.
En el perfil del tiempo de ese hombre se me ha quedado fija la mirada.
Y también mi Daniel de Jesús encontró por siempre su eterna comprensión, sensibilidad y hasta la sazón a punto para la fiesta grande de un hogar en armonía.
Espéranos Papá, sabremos alcanzarte.