Mientras meditaba sobre lo incomprensible que me resulta la conducta de Daniel ante determinados fenómenos el parte del tiempo me auguraba un día con denso olor a metamorfosis, a hierba fresca recién cortada … y qué mejor ambiente para encontrarme con José Roberto Espinosa, un joven recientemente graduado como técnico medio en la especialidad de Contabilidad, y que me ha llevado a detenerme en el difícil estadio de la adolescencia.
Cuando pensé que la crisis no tenía solución, por sus palabras, llenas de sabiduría y buen juicio, comprendí que mi hijo y yo pasamos del estrés, -como consecuencia de los cambios físicos, emocionales y sexuales- requerido tanto de apoyo como de recursos psicológicos, a un proceso de reorganización y reestructuración de nuestras funciones sociales.
El diálogo, además confirmó que, en ese período de constante reflexión, la vida conforma en el espacio de los muchachos no solo un mundo por explorar y aprender, sino que aconseja a los padres, y a la sociedad toda, asumir cada experiencia con responsabilidad, a meternos en su piel para conocer de preguntas y necesidades.
A través de los ojos de Robertiquín leí que, aunque no sabe que va camino de la adultez, él también va buscando su identidad y elaborando un proyecto de vida en el que no caben el alcohol ni el tabaco, y a mí me corresponde enseñarles a captar lo auténtico, lo verdadero.
Y aunque me preocupa el futuro de Daniel y José Roberto, uno de sus amigos, estoy confiada porque conozco las estrategias, las transformaciones en la Educación y los desvelos de Cuba por la formación de los jóvenes, aparte de proporcionarles la libertad y la autonomía para elegir.