Por esas cualidades de los vasos comunicantes y sus asociaciones o episodios de distinta condición temporal, espacial o de nivel de realidad fantástico-mágica, esta mañana de noviembre, mirando a Rafael Martínez Arias (Felo), uno de los mejores fotógrafos del periódico La Demajagua, en la provincia de Granma, extrañé a Martha Pelegrín Parada, la joven que trabaja en el Departamento de Gestión de la Información desde que se fundara ese órgano de prensa en Cuba.
El tiempo de la historia que mezcla a esas dos personalidades en mi subconsciente usted lo puede ubicar en un día cualquiera, de cualquier mes y año, y no es porque haya demasiados puntos de referencia entre estos dos seres, eso sí, los dos, sin proponérselo, construyeron una comicísima anécdota que trasciende la connotación de las situaciones más divertidas del lugar.
Resulta que Martha, quien a veces suele parecer simpática, otras magnética y hasta enigmática llegó tarde al registro de entrada y salida, ese que hace algo así como el cuéntame tu vida en el centro de trabajo -se sabe lo que implican las indisciplinas- para justificarse escribió Bici ponchá, pero como no traía puestos los espejuelos, lo hizo en el lugar donde ya había firmado Rafael y cuando este va a reflejar su horario de salida rectificó No tengo Felo, así sin signos de puntuación. Menos mal que el humor puede hacer desaparecer las preocupaciones.
Puede imaginar lo que sucedió cuando Luis Morales Blanco describió el incidente con la jocosidad que lo caracteriza. Contarla en uno u otro escenario del universo en el que se encuentran regularmente periodistas, fotorreporteros, correctoras, y los demás trabajadores de la redacción, se ha convertido casi en una especie de vicio, en uno de esos cuentos recurrentes de un gremio dispuesto a contagiar con su alegría o a sorprender con sus mil y una travesura.
Resulta que Martha, quien a veces suele parecer simpática, otras magnética y hasta enigmática llegó tarde al registro de entrada y salida, ese que hace algo así como el cuéntame tu vida en el centro de trabajo -se sabe lo que implican las indisciplinas- para justificarse escribió Bici ponchá, pero como no traía puestos los espejuelos, lo hizo en el lugar donde ya había firmado Rafael y cuando este va a reflejar su horario de salida rectificó No tengo Felo, así sin signos de puntuación. Menos mal que el humor puede hacer desaparecer las preocupaciones.
Puede imaginar lo que sucedió cuando Luis Morales Blanco describió el incidente con la jocosidad que lo caracteriza. Contarla en uno u otro escenario del universo en el que se encuentran regularmente periodistas, fotorreporteros, correctoras, y los demás trabajadores de la redacción, se ha convertido casi en una especie de vicio, en uno de esos cuentos recurrentes de un gremio dispuesto a contagiar con su alegría o a sorprender con sus mil y una travesura.
Calle Siete recuerda la frase Bici ponchá No tengo Felo con ternura porque no cuesta nada regalar una sonrisa y porque, también, constituye una de esas historias que nos hacen olvidarnos de cualquier hostilidad y logran que nos sintamos en familia.