Esta mañana de enero me acompaña Elisa, la niña de apenas nueve años que he conocido hace poco, con sus cuentos y anécdotas plenos de inocencia; sonrío para que no sienta que tiemblo de miedo por la visita de alguien que ha llegado inesperadamente a Bayamo, cual dueño de casa, queriendo marcar territorio.
No he visto el rostro más feo de este ser indeseado, pero sé que existe y provoca la muerte y mucho dolor en las familias. El cólera es así, se anuncia como una infección no invasiva a causa de la bacteria del vibrio cholerae en el instentino delgado y se caracteriza por la aparición de evacuaciones diarreicas abundantes, con vómitos y deshidratación, y es, hoy por hoy, un grave problema para la salud en el mundo.
Estoy preocupada porque afecta fundamentalmente a niños y a ancianos, dos sectores que las autoridades, políticas y gubernamentales de Cuba, se han encargado de proteger. En Calle Siete ya hubo reunión con los vecinos para informar acerca de la situación epidemiológica actual y lo importante que resultan las medidas higiénico-sanitarias.
Aquí estuvo la delegada de circunscripción, el presidente del CDR, la doctora de la familia y otras personalidades que velan por la salud pública de la comunidad explicando cuál es el sistema de vigilancia más eficaz, y hasta Martha, la enfermera del frente, que cumplió recientemente misión internacionalista en Venezuela mostró su preocupación y la forma en la que se puede evitar la propagación de la enfermedad.
Aunque la Organización Mundial de la Salud considera que el 80 por ciento de los infectados puede tratarse satisfactoriamente con sales de rehidratación oral, lo que más conviene es precaver.
Mientras tanto hiervo el agua que voy a consumir, le suministro hipoclorito al uno por ciento, que adquiero en cualquier bodega o farmacia y me lavo las manos; claro, no como Poncio Pilato. Maldito cólera!