Hace dos días, cuando llegaba a Calle Siete luego de uno de los aguaceros que bañan a Bayamo, provincia de Granma, por este octubre, Anabel y otras comadres, comentaban acerca de las palabras del destacado escritor manzanillero Luis Carlos Suárez en la gala del 20, cuando el país festejaba el Día de la cultura cubana.
En realidad, a muchas personas les ha llegado la emotividad de aquel discurso, no podía ser de otra manera viniendo de ese poeta y narrador, a quien conozco desde que estudiaba Letras en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. Sé de sus diversos premios y que publicó Las cigüeñas no vienen de París, Todo el mar era mío, La loma de los gatos, Velas de olvido hacia la nada, La palabra del otro y El caballero de los pájaros, entre otras obras.
Casualmente, la redacción del periódico La Demajagua me ha facilitado el documento y yo quiero hacer feliz a mis vecinas, entonces los dejo con la extrema sensibilidad de Luis Carlos Suárez:
Como un árbol que se levanta desde sus raíces, volvemos a
nacer este 20 de Octubre. Siempre estamos naciendo con el Himno, porque nuestra
historia es una, indivisible. Su fuerza nos viene de la raíz, de las luchas que
la perpetúan y fortalecen. Pasado y presente se unen, se hermanan de forma definitiva
y son la misma sangre, las mismas esperanzas.
Cultura y nación se integran en un haz redentor y es la misma
luz viajando hacia los mismos sueños.
José Martí escribe y siente a Ismaelillo sobre sus espaldas y cae en Dos Ríos, para levantarse
eterno y victorioso.
Zenea, el rescatado Zenea, escribió Fidelia, que se hizo sombra meciéndose en la tarde brumosa de la Isla.
Él supo morir frente a la descarga de los fusileros españoles:
Mensajera peregrina
Que al pie de mi bartolina
Revolando alegre estás
¿De do vienes golondrina?
Golondrina, ¿adónde vas?
No busques, volando inquieta,
Mi tumba oscura y secreta
Golondrina, ¿no lo ves?
En la tumba del poeta
No hay un sauce ni un ciprés.
Céspedes hizo traducciones, le cantó en poema memorable Al
Cauto y murió en San Lorenzo, dejando en las armas a una familia pueblo que lo
bautizó Padre.
Y es que civismo y cultura se abrazan, se identifican, inseparables, esa
es una de las sustancias fecundas con los que se forjó la nación, uno de los
horcones más firmes que ha sostenido esa casa que hoy nos abriga y que se llama
libertad, patria, nación, futuro y destino nuestro.
Es por eso que la cultura
-esa que trasciende lo artístico y extiende sus horizontes mucho más allá y
toca a la puerta de la historia, de nuestras tradiciones, nuestras costumbres,
nuestra hibridez, nuestro sincrético rostro para dibujar lo que somos, esa que
nos tipifica y nombra-, se convierte hoy en savia para alimentar el tronco del
árbol de la nación.
Los cubanos somos nuestra
cultura: si la hieren nos hieren, si se distorsiona y falsifica, se nos
quiebran las raíces. Es por eso que la necesitamos firme, auténtica, sobrada de
universalidad mientras más abrace sus raíces a la tierra que la forjó y la vio
nacer, una cultura que mire lejos, sin fronteras, porque aprendimos que “Patria
es humanidad”, y nunca seremos como el aldeano vanidoso.
De humanidades se ha
forjado esta cultura que el descubridor Fernando Ortiz nos hizo ver asomados a
la cazuela donde se cocía el caldo de lo maravilloso cubano, una cultura que
entienda la diversidad en nosotros mismos y quiera la igualdad pero ahuyente el
igualitarismo, una cultura que ame lo colectivo pero que defienda la
individualidad y asuma que sin la luz del árbol el bosque puede ser sombra.
Una cultura que tenga la
energía y el vigor del bronce de Maceo pero que descubra que guardado, debajo
del metal o integrado a él, llevaba un brote de amor y de ternura. Ese amor con
el que Ernesto Che Guevara anotara el Farewell de Pablo Neruda donde dice “Amo
el amor de los marineros que besan y se van/ dejan una promesa/no vuelven nunca
más”.
Una cultura que alimente lo mejor de nosotros mismos, que no
permita la deshumanización, uno de los
rostros visibles y agresivos del mundo
contemporáneo, para de esta forma enfrentar a los que estandarizan las almas
para matarles su almendra vital, cancelar el vuelo de la creación y negociarnos
los sueños. Esta cultura que nunca va a estar del todo hecha porque siempre la
vamos a estar sazonando con lo mejor de nuestras creaciones, añadiéndole todo
el tiempo el condimento de nuestro patrimonio y de un estudio de la historia
que trascienda la hechología para ahondar en las esencias, una historia que no
sea solo materia para aprobar, sino espátula para raspar en la superficie y
descubrir en lo profundo, el mural grandioso de lo que hemos sido para
fortalecer esto que somos.
No hay mejor día que un 20 de Octubre para hablar de la cultura, no hay mejor lugar que Bayamo y
esta provincia de Granma para evocarla. Cuando cantamos el Himno Nacional también estamos cantando nuestra cultura, estamos entonando la vida de nuestros
próceres, estamos poniéndoles ritmo y sentimiento a todos nuestros sueños, a
todas nuestras esperanzas, estamos viendo en un horizonte cercano ese “sol del
mundo moral” que nos entregara Cintio Vitier. Ese “sol del mundo moral” que no
se apagará nunca porque esta cultura cubana que nos hermana, le entregará por
siempre su luz.