Lo sé. Ese hombre que mira a Cuba desde la confluencia del río
Cauto y el Contramaestre besa los labios ingenuos de la suroriental provincia
de Granma desde territorio de Jiguaní.
Me mira, te mira y
nos convoca aun desde su grandeza, con humildad, como explicando aquel fatídico
episodio de la Guerra Necesaria,
ocurrido el 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, cuando le solicita a Ángel de la Guardia Bello que lo acompañe:”Joven,
vamos a la carga”.
Cuentan que el recién ascendido Mayor General José Julián Martí
Pérez montaba sobre su guerrero caballo Baconao muy seguro de sí mismo: la
rienda en la mano izquierda y el revólver Smith en la derecha cuando cayó
abatido de cara al sol, en el mencionado lugar, hace ya 120 años.
Es raro, pero no me siento triste. Mientras tanto recuerdo
cuando mis colegas de La Demajagua y yo visitamos el Mausoleo erigido en su honor, donde no falta la Bandera, el ramo de flores
y un halo de luz en la Ciudad Heroína:
Santiago de Cuba… y rodeamos su túmulo funerario.
Calle Siete me estremece con la lógica de que está prohibido
llorar a quien prefirió dejar como legado a miles y millones de niños, adolescentes, jóvenes, hombres y mujeres de todos los tiempos no solo su
pensamiento, sus ideas y su antiimperialismo.
Yo aprendí a amarlo desde que mami comenzó a leerme sus cuentos, más tarde, en la escuela Mártires de Girón, en Bayamo, y así en cada enseñanza aprehendía ... más tarde me correspondió leerles a mis sobrinas y después a Daniel, mi pequeño gran héroe.