Daniel de Jesús, esperé mucho tiempo por ti y finalmente llegaste a Bayamo el 27 de agosto de 1992. Eran las 11:30 p.m. Después de esa noche, cada primavera y cada verano me recuerdan que el amor renace una y otra vez.
Cambié por este amor que está dentro de mí, corres por mis venas. Comprendí lo incondicional contigo. Transformaste mi forma de ver la vida mientras rompías la coraza que cubría mi corazón. Tu mirada, tu sonrisa, me hicieron una mujer distinta.
Sabes? Me estremezco cuando estoy cerca de ti. Me enseñaste a amar libremente y a decir lo que siento sin temor.
No soy buena para contar historias; empero, puedo asegurar que cuando me sentí muy sola y atravesaba esa pequeña puerta escondida en el más profundo y más íntimo santuario del alma durante la madrugada, se me hizo recurrente el deseo de tenerte y despertar juntos.
¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? A veces pienso que, quizá, lo que te he enseñado no ha sido lo más atinado o conveniente; sin embargo, lo he hecho pensando en lo que he considerado correcto. Sé cuánto me necesitas y trato de estar para ti, aunque una que otra vez llegue un poquito tarde.
Eso sí cada segundo junto a ti es tan maravilloso que me cuesta creer que sea real. Todavía pienso en aquellas horas en las que te contaba largas historias para dormir y después creía que salía furtivamente para no despertarte.
Hijo, Calle Siete te ama, también mis colegas del periódico La Demajagua, en la suroriental provincia de Granma; y yo cada día y cada noche te amaré. Miro tu estatura y me doy perfecta cuenta de que alcanzas ya los 23 años. Ahora solo pido que seas firme en tus convicciones, igualmente mejor persona, que corras tras tus sueños e intentes que el niño que fuiste no se avergüence del adulto que eres.