Cuando los taxis que conocí de pequeña, los de toda la vida, los de cuatro ruedas, se negaban a continuar rodando calle arriba y calle abajo por las arterias de Bayamo, como consecuencia del período especial, que en Cuba marcó una etapa de crisis económica profunda, por el doble bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el Gobierno de Estados Unidos, el derrumbe del campo socialista y la desaparición de la URSS, aparecieron en la provincia de Granma los bicitaxis.
Ya no solo pudimos desplazarnos por la ciudad mediante los coches tirados por caballos y resulta bueno como medio alternativo, ecológico y generador de empleo. Parecía una original e inofensiva iniciativa, como apoyo al transporte y una solución novedosa a los problemas que comenzaron a manifestarse, habitualmente, por la falta de neumáticos y piezas de repuesto, además del alto precio de combustibles y lubricantes.
Me gustan ver cómo andan por Los Caballitos o el Ferrocarril, principales piqueras para los bicitaxis, los adornos que les cuelgan y la música que les ponen a los pasajeros, a bajos decibeles, por supuesto, por que le dan un toque de colorido al territorio; sin embargo, reconozco que hay conductores imprudentes, y hasta, a veces, he pensado en la conveniencia de evaluarles las leyes del tránsito.
Luis, mi vecino de al lado, maneja uno de esos artefactos de tres ruedas, trabaja mucho y lo veo poco. En Calle Siete, algunas personas manifiestan criterios diversos con respecto a los bici. Unos expresan gratitud porque este medio los acerca a su centro de trabajo, hacen muchas rutas diferentes y coinciden en que sus conductores pueden beneficiarse económicamente.
En tanto, otros se refieren a que son muy altos los precios y que incluso falta un poco de sensibilidad cuando tienen que cobrarles a quienes acuden al Hospital provincial Carlos Manuel de Céspedes en horas de la noche.
Particularmente, respeto a quienes se ganan el día a día pedaleando.