Quiero
aclarar que he vivido en carne y hueso, desde Bayamo y Santiago de Cuba, la Ciudad Heroica, la historia de
los últimos 50 años de Cuba y las de su más universal protagonista.
Dice
mi madre que los hombres enamorados (también incluye a las mujeres)
pierden el juicio, la razón… pero con
este hombre, de quien hablo, sucedió lo contrario. El amor, hacedor de
milagros, despejó sus locuras y logró muchas transformaciones en todos los ámbitos
de la sociedad.
Yo creo en el amor. A
este hombre lo conocí, primero, por las fotografías que llegaban hasta la
sombra de la mata de almendras del patio. Recuerdo que mi padre hablaba sin deformarlo, describiendo la silueta que habitaba en mí de aquel gigante barbudo,
vestido de verde olivo.
Poco
a poco quise continuar escuchando de sueños y romanticismo. Las virtudes que
mis padres no exaltaban de él encajaban perfectamente con mis anhelos, así como
las peculiaridades que no minimizaban le daban sentido a mis inquietudes. Hasta
que un día…
En
1972, en la secundaria básica en el
campo Batalla de Mal Tiempo, Veguita No.3, dirigida por Guillermo Almenares, en el
municipio de Yara, provincia de Granma fui especialmente dichosa: Fidel visitaba
mi escuela.
Su
voz, como siempre irradiaba admiración, seguridad, respeto. Vi lágrimas de emoción y sonrisas en mis compañeros de
estudio, y yo le entregué, entonces, toda la ternura que pude evocar de la
infancia.
La
última vez que estuve cerca fue el día
13 reciente, mientras el país celebraba su cumpleaños 90. Gracias a ti, Fidel,
este mes ha sido hermoso, muy hermoso para Calle Siete.