Desde que la conocí, aquel 29 de abril, la sentí como una mujer
fuerte, más fuerte que la tristeza y el dolor, el horcón imprescindible en la
organización de las labores de la casa en mi amado municipio de Bayamo.
… Pero ahora con la rutina, la calma, la inactividad, digo yo, su mundo se le
está dando la vuelta mientras sus 87 años llevan consigo unos pocos recuerdos
que, a veces, se pierden en lo profundo del pasado: el apoyo a los soldados del Ejército
Rebelde y a la Campaña de Alfabetización, en Minas de Frío, Sierra Maestra, donde participaron mis hermanos mayores, estuvieron siempre entre los acontecimientos vividos al compás de la
historia de Cuba.
Me gusta sentir la tibieza de sus manos, sus
dedos suaves con uñas largas que describen, quizá sin querer las huellas del
quehacer del hogar. Tomo solo una, la acaricio por el dorso, por la palma …
cada dedo entre los míos hasta donde se traban los nudillos.
Sus preguntas recurrentes evocan detalles
circunstanciales, esa ojeada mujer, de madre, de familia que desborda el cariño
e invita a la mesa a quien nos visita, aun cuando su mirada se deforma como las
nubes en el viento de la memoria.
Calle Siete culpa a esa enfermedad mental
progresiva caracterizada por una degeneración de las células nerviosas del
cerebro y una disminución de la masa cerebral; las manifestaciones básicas son
la pérdida de memoria, la desorientación temporal y espacial y el deterioro
intelectual y personal, aunque, en los momentos más inesperados, nos sorprende con un lenguaje que vuela con la frescura de las mariposas silvestres que perfuman
el aire en libertad.
Por eso el Alzheimer y yo somos un matrimonio difícil de concertar.
Por eso el Alzheimer y yo somos un matrimonio difícil de concertar.
Mi madre es mi niña consentida. Yo sé que se le hace
larga la vida.