Generalmente
me niego a plegarme a la verdad genérica de los recuerdos, porque esa verdad
deja afuera la abundancia sensorial de la experiencia. Y la memoria, ya lo
saben, o lo deben saber, no funciona de manera fotográfica.
Empero,
desde el mismísimo 30 comenzó a dibujarse en mi mente el despertar para el
Primero de Mayo, Día internacional de los trabajadores, siento el olor de
determinado perfume, la energía, cierto sabor, cierto sonido y entro en ese
tipo de edén sensorial en el que de la Plaza de la Patria, de Bayamo, y Calle
Siete emana el mismo aroma que en el resto de la geografía de la suroriental
provincia de Granma.
Con
los primeros rayos del Sol los apurados pasos para el reencuentro con los
colegas, los colores de la Bandera de la estrella solitaria, las iniciativas de
los maestros vestidos como alumnos de la Enseñanza Primaria, así como Elena
Maillo y Adaís Ramírez, entre otros, pretenden lucir el uniforme azul en un
espacio para celebrar, en agosto venidero, la idea de Fidel Castro de las escuelas en
el campo.
Porque el desfile es también eso, un mundo de sensaciones, motivaciones, alegrías y sentimientos. Y no dejo de emocionarme, además, por los 89 años de vida de mi madre, ella ha sido, igualmente, protagonista de la realidad que construye Cuba.
Porque el desfile es también eso, un mundo de sensaciones, motivaciones, alegrías y sentimientos. Y no dejo de emocionarme, además, por los 89 años de vida de mi madre, ella ha sido, igualmente, protagonista de la realidad que construye Cuba.