domingo, 17 de junio de 2018

¡Felicidades, Papá!



Desde el vientre de mi madre ya escuchaba su voz, sus proyectos,  sus canciones y sus serenatas. Así que, como hoy -tercer domingo de junio- es un día en el que Cuba celebra la presencia  de su rol en la vida de la familia quiero presentarte a Orlando Blanco.
Este hombre, que echó raíces en Calle Siete, de Bayamo, municipio capital de la suroriental provincia de Granma, no solo le dio alimento a su prole: cuatro hijos que engendró y tres por adopción, quienes siempre le reciprocaron sus enseñanzas, sus oficios, su amor… y lo llamaron padre.
La primera vez que lo vi él estaba tan feliz y yo no supe medir lo que significaría el uno para el otro; mientras me envolvía firmemente con sus ásperas manos de constructor, dejaba explícito que sería refugio y protección. Ahora lo comprendo tácitamente.
Ha transcurrido el tiempo desde entonces y han cambiado mucho rostro y su figura, pero su corazón estremece su ritmo con cada éxito o con cada sufrimiento de los suyos. ¿Es eso suficiente? No, también puede ser fuerte en el regaño, participar de una charla, hacer que me aleje con tan solo una mirada o expresar sentimientos de esos descritos en los libros que quizá no ha leído.
Orlando se ha convertido en el héroe de mi cotidianidad y de la cocina de la casa, desde que mi madre no puede ayudarnos con esos trajines. Le agradezco continuar junto a mí en todas las situaciones especiales, no obstante sus padecimientos de salud y mis berrinches.
Papá, amo el día en que nací porque me convertí en tu hija.