La reja va abriendo el surco, se dobla la yunta, cada músculo se tensa y quiere reventar, crujen las cuerdas que fijan el yugo, el testuz de las bestias casi roza el suelo seco y duro, … detrás, sudorosa, confundida entre los animales, casi maternal, aparece Lisandra Rondón Blanco.
Con pasos ligeros, pero firmes, esta estudiante que concluyó recientemente el primer año de la carrera de Medicina, en la Filial de Ciencias Médicas Efraín Benítez Popa, de Bayamo, logró que el surco conociera su estatura a través de una acción consciente que eleva el grado de dignidad de la mujer en tareas priorizadas para Cuba como es el programa alimentario.
Así, cuando el sol despierta, ya está en franco laboreo, quizás por esa razón sus ojos se agrandan mientras habla de su quehacer en el campamento Cinco Palmas: “Hago de todo, desde cosechar boniatos hasta quitar la mala hierba porque sé lo que significa mi aporte”. Y su rostro dibuja una sonrisa.
Pero no está sola. Ella, Yaselaine Ocaña, Elena Borges, Adiannis Serrano, Juan Carlos Suró, Adrián Mestre, Anarelis Catá, Edilbert Paneque y Yaneysi Rosales, entre otros cientos de jóvenes colgaron sus batas, u otros uniformes y aperos, para donar quince días de sus vacaciones a apoyar la economía integrados a las Brigadas Estudiantiles de Trabajo, una fuerza sui géneris -creada en 1977- que multiplica sus brazos por las diferentes etapas durante los meses de julio y agosto.
No hay dudas, Lisandra y sus colegas constituyen un inigualable testimonio del camino que labran los jóvenes cubanos; ellos saben que lo más importante no es precisamente la cantidad de lo que alcancen, sino el contenido ideológico de la movilización, y el aporte productivo y social.
Sigan así muchachos, ausculten la tierra, háganle el parto … y sean felices.
Con pasos ligeros, pero firmes, esta estudiante que concluyó recientemente el primer año de la carrera de Medicina, en la Filial de Ciencias Médicas Efraín Benítez Popa, de Bayamo, logró que el surco conociera su estatura a través de una acción consciente que eleva el grado de dignidad de la mujer en tareas priorizadas para Cuba como es el programa alimentario.
Así, cuando el sol despierta, ya está en franco laboreo, quizás por esa razón sus ojos se agrandan mientras habla de su quehacer en el campamento Cinco Palmas: “Hago de todo, desde cosechar boniatos hasta quitar la mala hierba porque sé lo que significa mi aporte”. Y su rostro dibuja una sonrisa.
Pero no está sola. Ella, Yaselaine Ocaña, Elena Borges, Adiannis Serrano, Juan Carlos Suró, Adrián Mestre, Anarelis Catá, Edilbert Paneque y Yaneysi Rosales, entre otros cientos de jóvenes colgaron sus batas, u otros uniformes y aperos, para donar quince días de sus vacaciones a apoyar la economía integrados a las Brigadas Estudiantiles de Trabajo, una fuerza sui géneris -creada en 1977- que multiplica sus brazos por las diferentes etapas durante los meses de julio y agosto.
No hay dudas, Lisandra y sus colegas constituyen un inigualable testimonio del camino que labran los jóvenes cubanos; ellos saben que lo más importante no es precisamente la cantidad de lo que alcancen, sino el contenido ideológico de la movilización, y el aporte productivo y social.
Sigan así muchachos, ausculten la tierra, háganle el parto … y sean felices.
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