Tengo hoy dos poderosas razones para festejar este Primero de Mayo: Día internacional de los trabajadores y el cumpleaños 81 de Ebis Luisa González Tornés, mi madre.
Si dominara la lírica inobjetable de un buen poeta pudiera describir, con todo su colorido y todo su encanto, las pasiones más reveladoras, quizás, del discurso interior de la más simple de las mujeres o de los hombres que amamos a Cuba –con sus virtudes y defectos- y estuvimos en el desfile de la bayamesa Plaza de la Patria este Primero de Mayo.
En Calle Siete la algarabía comenzó desde bien temprano, Alexei recogió a Robert, Milagro dejó a Yasmani al cuidado de un vecino, y Eugenio, el niño de Vilma, olvidó la gorra; Loraine y Benito llevaron a Laurens María y a Lorena; Lisandra salió con sus compañeros cuando el sol aún no había asomado su rostro más limpio; pero allí estábamos todos.
Así somos los cubanos, constantes obsesivas de una identidad latente en el ritmo, las canciones, la alegría, la fiesta de los trabajadores -que no reclamamos como los mártires de Chicago la jornada de ocho horas- como reflejo de un universo que va más allá de la ficción-realidad, de la relación entre lo humano y lo divino, entre el amor y lo auténticamente maravilloso de su gente.
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