por Luis Carlos Frómeta Agüero
Cuentan que en aquel pintoresco paraje de cuyo nombre siempre quiere acordarse, la vieja Sixta hizo de todo para satisfacer la exigencia diaria de la familia: trabajó la tierra, cortó caña, lavó, planchó... pero nunca imaginó que aquel hijo, nacido el 20 de septiembre de 1959, en la mfinca sanluisera de La Guadalupe, se convirtiera en el prolífico improvisador de voz inconfundible y talla universal.
Este hombre, que de niño luchó contra los molinos de viento y cantó en las esquinas de su pueblito natal, debió llamarse Cándido Veranes Isac, pero el destino le impuso los apellidos de su madre: Fabré Fabré.
Como caballero andante gusta de tropezar para saber que puede levvnatrse con mayor fuerza. Tal vez por eso los años le dulcifican el alma de poeta martiano, de trovador, de cubano comprometido con su tiempo.
Recuerdo aquella noche de agosto de 1983 cuando Dulcinea le abrió el escenario de la Plaza de la cultura de Manzanillo junto a los "Originales de Pachi". Desde entonces trabaja intensamente para, sin pretenderlo, alistarse entre los más versátiles e ingeniosos soneros del mundo.
Considerado como uno de los compositores latinos de fuente inagotable, llamado también el "rey del repentismo" en la música popular cubana, este quijotesco personaje llamado Cándido Fabré Fabré, el hijo de Sixta, el mismo que prefiere el son para la banda, tiene en su canto el filo del machete de Maceo, el fusil de Fidel y en la mente su trinchera de ideas.
Hoy se agiganta en el escenario, levanta la réplica del bastón del Beni, como el primer artista cubano en recibirlo, porque su canto es bandera, cubanía, es paz.
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