Es 3 de febrero y el día amaneció nublado. La noche nos regaló unos buenos chubascos, como gustaba decir a Martha Aguilar, mi abuela paterna, aquella señora que me regala en cada recuerdo de la memoria su sentido del deber con Cuba, y su sonrisa. Es domingo, 3 de febrero y en mi país hay elecciones generales.
Cuando iba, muy temprano en la mañana, mi papá ya volvía. Lo cual reafirma que desde que el mundo es mundo los padres nos dejan en la moraleja de la vida, las mejores enseñanzas.
Mi papá venía del colegio electoral de Calle Siete, como ciudadano con capacidad legal, acababa de ejercer el derecho constitucional como elector para decidir, mediante el voto libre y secreto quiénes serán los diputados a la Asamblea Nacional y los delegados a las asambleas provinciales del Poder Popular.
Cuando llegué ya estaban en la mesa electoral Dalgita, Elizabeth, Lisy y Mabel, cuatro de las mejores muchachas del CDR, allí estaba Reydel apoyando aquí o allá como prueba inequívoca de los jóvenes están donde son más útiles; además de los niños vestidos con sus uniformes rojo y blanco o amarillo, integrantes de la Organización de Pioneros, quienes, custodiaron las urnas y explicaban dónde debía echarse la boleta (blanca -para los delegados provinciales- o verde -para los diputados-), y la forma de ejercer el voto.
Daniel, también votó temprano y con entusiasmo.
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