Gabriela, mi sobrina más pequeña, me ha dejado sorprendida esta vez, aún no ha cumplido sus dos años y los muestra con dificultad, pero eso sí, tiene algo bien definido y es su afición por el ajo.
Recuerdo que mi papá me recomendó hervirle un diente de ajo en la leche de Daniel de Jesús cuando empezaron a brotarle los dientes y fue menos traumática esa etapa de la vida para mi hijo y para mí.
En los mercados del municipio de Bayamo hay una gran demanda y supongo que el vegetal siempre esté en la mesa de los cubanos como Pi, una de las constantes matemáticas más importantes y recurrentes.
Lo digo porque en la cocina de mi casa es uno de los condimentos por excelencia, nunca falta por su aroma, olor característico, está considerado como una medicina universal, principalmente beneficioso para tratar problemas circulatorios, posee altos contenidos de vitaminas A, B1, B2 y C; e, igualmente, por sus muchos secretos para bajar de peso y porque reduce el riesgo de cáncer de pulmón, fortalece el sistema inmunológico, y es un antibiótico natural, entre otras propiedades curativas.
Dice mi madre que, como fuente de salud, el ajo se ama o se odia y yo sé que a mis vecinos de Calle Siete no les resulta indiferente.
A mí, también me gusta el ajo.
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