Dales tiempo a sus manos y ellas harán lo que quieran, dijo mi padre aquella mañana de diciembre, cuando nació Loraine Infante Blanco, la hija mayor de mi hermana Ana, y la vida extendió los brazos que tocaron el hombro de aquel eufórico abuelo, porque con esos órganos del cuerpo humano, la niña, que ya es toda una mujer, materializa cualquier idea que pase por su mente.
La fama de Loraine trasciende los límites de Calle Siete, aun cuando solo ha expuesto su obra en un ambiente de confraternidad e intercambio de experiencias sin carácter competitivo, más bien en el seno familiar, sin pensar que con su labor artesanal está íntimamente relacionada con la naturaleza y el medio. Por los objetos de valor práctico-utilitario y ornamentales que crea quién sabe si pronto se le conoce en Cuba toda.
El arte no tiene definición, eso he escuchado en la casa, y dicen, también, que la mujer es un ser humano con capacidad creativa que innova en cualquier tipo de situación; ya lo he vivido en varias etapas de mi existencia; empero, lo que más me satisface ahora es saber que Lola, como la conocemos sus parientes más cercanos está centrada en alejarse del ocio mediante el tejido como vehículo para promover cultura; mientras se entretiene y rescata tradiciones.
Fíjense en los detalles de las blusas de las niñas, o en su sobreblusa; ella tiene talento para el oficio y puede tejer lo que se propone. Aquí le dejo algunas muestras: jicoteas, gallinitas, tapetes, alfombras, bolsos, carteritas y lo que quiera, porque sus manos crean lo que está en su corazón.
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