Felipe Mari Aguilera, colaborador internacionalista en Angola y maestro de maestros me ha comentado sobre el siguiente trabajo a propósito del día dedicado a los educadores y me pareció oportuno someterlo a la consideración de ustedes:
Los integrantes de mi generación, aquellos muchachos que nacimos entre los
años en que la tiranía de Batista
experimentaba sus últimos estertores y los momentos jubilosos del Triunfo de Enero, somos
por lo general gente sencilla, instruida, y decente, tal vez alguien
considere que exagero, o que magnifico a un sector poblacional que no tuvo la
posibilidad de participar en la lucha armada en la Sierra Maestra o la
clandestinidad, ni tuvo edad para ir a Girón o atrincherarse cuando la Crisis
de Octubre pero sirvió de enlace generacional
entre los que nos legaron la patria y los niños y jóvenes que hoy la
disfrutan.
En mi caso, nacido en 1956, comencé a asistir a la escuela en 1961, la
Rrevolución era muy joven, en la bodega de la esquina se hacían todos los
días un debate político entre partidarios y detractores del nuevo proyecto que
yo no entendía ni consideraba importante, mi padre y sus amigos más cercanos
sostenían que la única solución sabia y valedera era marcharse para el Norte,
eufemismo con el que se identificaba a los Estados Unidos, la gente escuchaba a
Radio Swam y por doquier se comentaba de alzados, atentados, infiltraciones y
escasez, mientras que mis bisabuelos
contaban de las vicisitudes que enfrentaron durante la Guerra
de Independencia de 1895 y los tíos y sobre todo las tías narraban las proezas para cumplir sus misiones como mensajeras de
las huestes de Camilo Cienfuegos en los
llanos del Cauto.
En medio de todos aquellos mensajes y confusiones había un catalizador, un
ente que ayudaba a ordenar las ideas, que ofrecía las explicaciones sencillas y
necesarias, la escuela y sus maestros. Mi aula de preescolar aún existe, al
final del pasillo de la emblemática
escuela José Antonio Saco que por esa época se llamaba Jimmy Hirzell,
nombre al principio impronunciable
y de caligrafía indescifrable, tal vez
porque la escuela no había aprendido aún que hay códigos que es necesario
enseñar a descifrar desde temprano, pero a pesar de esas y otras limitaciones,
motivadas por la prolongada influencia cultural extranjerizante de más de
cincuenta años, en lugar de pre escolar se le seguía diciendo el kindergarten,
comenzamos a formarnos como patriotas, gracias a la labor de
la seño Aida Cabrera, era esta descendiente de ilustres bayameses relacionados
con el surgimiento del Himno Nacional y sus primeras lecciones comenzaban precisamente por enseñarnos,
acompañándonos al piano a cantar las gloriosas estrofas compuestas por
Perucho Figueredo, a unos pocos metros
del lugar donde está enclavada la escuela, para después introducirnos en el
mundo mágico y maravilloso de la obra martiana.
Luego vendrían otras seños, transitaríamos a otros grados, asistiríamos
contentos a la culminación e inicio de
cada nuevo curso, comenzaríamos a asumir una posición y sentirnos responsables y partícipes activos de la
construcción de una sociedad que se declaraba socialista, antiimperialista
e internacionalista, así nos hicimos
pioneros que era la manera más tangible de demostrar que éramos una generación
mayoritariamente revolucionaria y escuchando la prédica de nuestros maestros
muchos decidimos dedicar nuestras vidas a tan noble profesión,
porque, ¿qué mejor paradigma que aquella señora?, Zenaida López a la que se le humedecían los ojos y se le
quebraba la voz cuando hablaba con emoción de Maceo, de Gómez, de Fidel o de Che Guevara, aunque entre sus funciones
no se encontraba impartirnos Historia sino Matemáticas, ¿qué mejor ejemplo que
aquellos muchachos veintiañeros?, como Luis, Horacio, Frank o Arturo, que
después de enseñarnos las asignaturas
durante la semana, nos acompañaban a los trabajos voluntarios los
domingos.
Han transcurrido unos cuantos años, hemos estudiado, las aulas
universitarias se nutrieron con estos jóvenes,
luego vendrían los estudios de postgrado y cuando la Doctora Sonia
Videux nos realizaba las preguntas de rigor para comprobar que reuníamos las
condiciones para otorgarnos la categoría de Máster, estaba cosechando el conocimiento ofrecido durante medio siglo
por un ejército de educadores que inició
su gigantesca tarea, con la seño de preescolar.
¡Felicidades queridos colegas, la misión es compleja y agotadora, pero
la recompensa, formar a los hombres y mujeres que preservarán la grandeza de la
patria es invaluable!