Hoy Calle Siete complace la solicitud de algunos lectores. Publico el discurso pronunciado por Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en el acto político-cultural por el aniversario 150 del inicio de las luchas por la independencia de Cuba, en La Demajagua, Manzanillo, segundo municipio en importancia de la suroriental provincia de Granma.
(Versiones Taquigráficas Consejo de Estado)
Compañero
General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del
Partido Comunista de Cuba;
Compatriotas:
Estamos
otra vez en La Demajagua, el lugar donde con mayor suma de sentimientos
patrios, podemos decir: Somos Cuba.
Somos
Cuba: ustedes, nosotros, la historia y este paisaje formidable, que parece un
lienzo de la nación, con el mar y la montaña al fondo y en el centro, los
viejos hierros del ingenio abrazados a un poderoso jagüey.
Según
la leyenda, que es la versión poética de la historia, ningún artista levantó
este monumento (Muestra). Fue obra de la naturaleza.
Después
del alzamiento, en un acto de ridícula impotencia, tropas españolas incendiaron
el lugar; y pasó el tiempo, y pasó por entre la rueda del viejo molino de caña
el jagüey que eterniza el acontecimiento.
Es imposible
llegar a este sitio y no emocionarse frente a tal misterio. Uno más entre los
muchos que nos acompañan desde que se empezó a pelear por Cuba libre.
Hoy
venimos a pedirle permiso a la historia para entrar en uno de sus recintos
sagrados, a rendir culto a quienes nos dieron nación y a quienes la rescataron
después, sin tomar para sí más que los sacrificios.
Es
bello y a la vez sublime este sitio, porque aquí Carlos Manuel de Céspedes
levantó el alma de un pueblo recién nacido contra la metrópoli que lo tiranizó
por más de tres siglos y declaró libres y ciudadanos a todos, sin distinción de
raza o sexo, socavando para siempre las carcomidas bases de una sociedad
esclavista y patriarcal.
Es
legítimo reverenciar el suelo por donde cabalgaron juntos, bajo un torrencial
aguacero, el antiguo amo y los que hasta ese día fueron sus esclavos.
Aquí
nació hace 150 años, la Revolución cubana y aquí, un siglo después, Fidel marcó
su carácter único, desde el 10 de octubre de 1868 hasta nuestros días.
También
conmueve pensar que esta campana, tañida aquel día glorioso para decretar por
primera vez iguales derechos a todos en Cuba, en 1947 la tomaría en sus manos
para sacudir la conciencia nacional, un joven estudiante, el mismo que volvería
en 1968, ya convertido en el líder revolucionario Fidel Castro Ruz, para darnos
una insuperable lección de historia.
El 10
de Octubre de los 100 años es otro acontecimiento digno de celebrarse. Ese día,
el nombre de Carlos Manuel de Céspedes adquirió significados más profundos como
Padre de la Patria.
Hasta
entonces, la conocida frase de que sus hijos eran todos los cubanos, al negarse
a entregar las armas a cambio de la libertad de Oscar, era la explicación de la
escuela básica cubana para que le llamáramos Padre.
Nos
faltaban los poderosos argumentos del significado para Cuba de sus primeros
actos libertarios, un tema que
siempre se debatió mucho entre académicos, pero no en los discursos de
efeméride o en los libros escolares.
Las
reflexiones de un apasionado de la historia como Fidel, fueron, aquel día, más
que discurso, una sensible invitación a revisitar con el corazón y la
mente definitivamente libres de viejas lecciones importadas y reduccionistas,
el dramático curso del proceso iniciado 100 años antes, en este valle -tan próximo
al pantano por donde él mismo reingresaría al país, en 1956, con la expedición
destinada a rescatar la Revolución frustrada por la intervención extranjera- y
a la vista de las montañas, donde la generación del Centenario pelearía otra
vez por la independencia, con la misma entrega que los fundadores de la nación.
He
repasado muchas veces las palabras de Fidel en aquella velada solemne y apenas
he podido entresacar frases que marquen su trascendencia histórica. Todas son
trascendentes y conservan una vigencia que estremece, a pesar de que fueron
pronunciadas cuando la mayoría de los reunidos hoy aquí no estaban nacidos y
nosotros éramos estudiantes de primaria.
Los
de más edad seguramente recordarán ese día, también lluvioso, según el propio
Fidel dejó dicho. Y no dudo que todos conozcan que fue aquí y entonces cuando
dijo: “...en Cuba ha habido una sola revolución: la que comenzó Carlos Manuel
de Céspedes el 10 de octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante
en estos instantes”.
Recordarlo,
sin embargo, no basta. Hay que invitar a nuestros hijos y nietos, a los
estudiantes de hoy, a desentrañar el significado de aquella frase con la que
comienza el primer análisis político público del capítulo más trascendente de
la historia nacional.
Empecemos
por la valoración que hace de las decisiones de Céspedes. Dice Fidel: “…la
historia de muchos movimientos revolucionarios terminó, en su inmensa mayoría,
en la prisión o en el cadalso.
“Es
incuestionable que Céspedes tuvo la clara idea de que aquel alzamiento no podía
esperar demasiado ni podía arriesgarse a recorrer el largo trámite de una
organización perfecta, de un ejército armado, de grandes cantidades de armas,
para iniciar la lucha…
“…la
historia de nuestro pueblo en estos 100 años confirma esa verdad axiomática: y
es que, si para luchar esperamos primero reunir las condiciones ideales,
disponer de todas las armas, asegurar un abastecimiento, entonces la lucha no
habría comenzado nunca…”.
Ante
los enormes desafíos de la Cuba actual, condenada por el bloqueo norteamericano
a una escasez de recursos materiales que hacen parecer imposible la
prosperidad, resulta un imperativo retomar aquel análisis de Fidel en 1968.
Frente
a la realidad de aquel primer día de ser cubanos, idea que entonces se reducía
a unas decenas de hombres, casi todos desarmados y empapados por la lluvia, se
revela el poder extraordinario de un ideal revolucionario. En lugar de esperar
mejores tiempos, los alzados en La Demajagua se lanzaron eufóricos a hacer una
revolución que les costaría, al primer instante, todo el capital que poseían,
cuando no la propia vida.
Quienes
ven su suerte o la del país a través de sus posesiones, dirán: “Lo perdieron
todo”. Solo quienes creen en la Patria, entenderán lo verdadero: “Nos lo dieron
todo. Hasta lo que no tenían: la libertad”.
Desde
entonces sabemos que sí es posible vencer partiendo de cero, a veces sin más
armas que la moral y el patriotismo. Y que de la lucha bajo las peores
circunstancias proviene el enorme caudal de coraje y resistencia que ha
convertido al pueblo cubano en lo que somos: una nación soberana, independiente
y orgullosa de su historia, algo que no pasa de ser un sueño por conquistar
para muchas naciones de nuestra región y del mundo.
La
decisión de Céspedes de liberar a los esclavos, que no encontraría consenso
entre todos los alzados hasta el año siguiente en la Asamblea de Guáimaro, es
otro acto, que en sus palabras en 1968, Fidel califica como radicalmente
revolucionario.
Con él,
otra vez Céspedes se adelantó a sus contemporáneos y quizás fue entonces y no
luego, cuando ganó el título de padre de todos los cubanos.
Porque
la nación nueva no podía desentenderse de una de sus grandes fuerzas: los hijos
de los hombres y mujeres, emigrantes africanos por la fuerza del látigo y del
poder colonial, cuyos descendientes alcanzarían los más altos grados en la
guerra por la independencia y en la dignificación del ser nacional, como
probaría lo largo de su ejemplar vida, Antonio Maceo, aquel que en Baraguá, al
decir de Fidel: “...salva la bandera, salva la causa y sitúa el espíritu
revolucionario del pueblo naciente de Cuba en su nivel más alto…”.
Somos
Cuba decimos otra vez al invocar al más bravo de los guerreros, al mestizo,
hijo de león y leona, que no se conformó con las glorias del jefe mambí más
temido por sus adversarios y llenó el libro de su vida con páginas de tal
dignidad, que, al repasarlas hoy, se nos hace más justa y más necesaria la
persistente demanda del General
de Ejército Raúl Castro Ruz, de proteger y estimular aquel legado humanista de
Céspedes que puso al hombre negro al lado del hombre blanco y no detrás. No a
su servicio, sino como su igual.
Ciudadanos
les llamó enseguida, sin hacer distinciones. Heredera de esa primera ley que,
aun sin escribirse, ya dignificó al ser humano en medio de la manigua, nuestra
Asamblea Nacional, poder supremo de la nación, lleva hoy y deberá llevar
siempre, los colores que hicieron invencible a Cuba. Negros, mulatos y mestizos
le hacen tanta falta al país de nuestro futuro como le dieron gloria al país de
nuestro honroso pasado.
Compatriotas:
En
igual fecha que la de hoy, casi 20 años después del alzamiento de La Demajagua,
en un acto con los emigrados en Nueva York, un José Martí, exaltado por las
emociones de un auditorio de patriotas cubanos, decía:
“Esta
fecha, este religioso entusiasmo, la presencia (...) de los que en un día como
este abandonaron el bienestar para obedecer al honor (…) los que cayeron sobre
la tierra dando luz, como caen siempre los héroes, exige de los labios del
hombre palabras tales que cuando no se puede hablar con rayos de sol, con los
transportes de la victoria, con el júbilo santo de los ejércitos de la
libertad, el único lenguaje digno de ellas es el silencio. No sé que haya palabras
dignas de este instante”.
Siente
entonces uno la necesidad de callar cuando, leyéndolo, escucha a Martí. Si el
dueño de las palabras considera que no existen las que merecen decirse, quién
se atrevería a hablar. Pero el propio Apóstol nos dejó en ese discurso una guía
para no quedar en silencio, al preguntarse: “¿Por qué estamos aquí? ¿Qué nos
alienta, a más de nuestra gratitud, para reunirnos a conmemorar a nuestros
padres?”.
Y
nuestra generación responde: Si en 1968 fue la necesidad de analizar la
historia a la luz de los conceptos marxistas, para ponerle todos los laureles
que le habían escamoteado los interventores, hoy esa misma historia nos está
exigiendo repasos y aprendizajes, indispensables para el tránsito hacia una
nueva etapa de la misma Revolución que no ha cesado 150 años después.
Los
dos años 68 que nos preceden, están cargados de lecciones y del primero al otro
ha ido modelándose el país que hoy somos.
Decía
Fidel en 1968 que, si no entendemos el proceso histórico de la Revolución, “no
sabremos nada de política”. Y nos convocaba a conocer y estudiar la historia.
¿Por qué, para qué?, podrían preguntarse los ingenuos o los que creen que las
subjetividades no pesan en los destinos de un país. Pues bien, por las mismas
razones que nuestros adversarios nos han pedido pasar página y olvidar la
historia.
Porque
ahí están las claves de todas nuestras derrotas y fracasos, que los hubo y muy
dolorosos, a lo largo de 150 años de luchas. Pero también están las claves de
la resistencia y de las victorias.
La
escuela cubana, en todos sus grados y niveles, tiene el deber inexcusable de
estudiar este capítulo de nuestra historia a través del discurso de Fidel en
1968, junto a otros dos, inseparables de aquel: el del 13 de marzo de 1965, en
la escalinata de la Universidad de La Habana y el del 11 de mayo de 1973,
en Jimaguayú. En esa tríada magnífica, digna del extraordinario intelectual y
orador que la hizo, se puede beber, como en ninguna otra fuente, el valor de la
unidad y entender el sentido profundo de la breve frase que hemos escogido para
identificarnos en redes sociales y otros espacios que la comunicación actual
impone: Somos Cuba.
Cuando
el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes lee su vibrante manifiesto
a “compatriotas y a todas las naciones”, está sentando principios invariables,
que hacen de la Revolución un hecho único y continuo:
“Cuba
aspira a ser una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un
corazón fraternal a todos los demás pueblos, y si la misma España consiente en
dejarla libre y tranquila, la estrechará en su seno como una hija amante de
buena madre; pero si persiste en su sistema de dominación y exterminio segará
todos nuestros cuellos y los cuellos de los que en pos de nosotros vengan,
antes de conseguir hacer de Cuba, para siempre, un vil rebaño de esclavos”.
Cambiemos
en esas palabras el nombre de España por el de la potencia contemporánea que
por 60 años ya, nos acecha, y encontraremos la solución y la posición
invariable en el destino elegido. La Revolución es la misma.
Y
también son idénticos los desafíos: un asedio imperial desde afuera; una
vocación anexionista de unos pocos desde dentro -de los que no creen que la
Patria pueda levantarse con sus propias fuerzas- y como única salvación: la
unidad.
Martí
y Fidel lo vieron y advirtieron, cada uno en su tiempo. Ambos aprendieron, de
la historia precedente, que solo la desunión ha podido contra la nación.
Actualmente,
cuando entre todos discutimos con qué traje vestir al modelo de sociedad que nos
debemos, es imprescindible pensar en Céspedes, en los hombres y mujeres que a
su lado se convirtieron en próceres y en todo lo que frustró sus sueños, tan
cercanos a los nuestros. El quiebre de la unidad fue siempre la causa
fundamental de las pérdidas y los retrocesos.
Un
siglo después del nacimiento de Martí, emergió en el horizonte histórico de
Cuba, la generación que reivindicaría su noble aspiración de reagrupar y unir a
los defensores de la continuidad de la Revolución. Hablo de nuestra generación
histórica, venerable vanguardia que jamás se apartó de su responsabilidad y
compromiso con los humildes.
Hoy
aquí, los hijos más jóvenes de la Patria han ratificado el mensaje a las nuevas
generaciones que expresa nuestra firme determinación de que no claudicaremos,
no traicionaremos y no nos rendiremos jamás.
Asumamos
como nuestras y como firme decisión de continuidad, las palabras de Fidel,
aquel 10 de octubre de 1968: “Porque este pueblo, igual que ha luchado 100 años
por su destino, es capaz de luchar otros 100 por ese mismo destino”.
Compatriotas:
Hemos
luchado 150 años y seguiremos luchando hasta la victoria siempre.
¡Viva
Cuba Libre! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)
¡Gloria
eterna a Carlos Manuel de Céspedes! (Exclamaciones de: “¡Gloria!”)
¡Viva
el 10 de Octubre! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)
¡Viva
el heroico pueblo cubano y sus centenarias luchas! (Exclamaciones de: “¡Viva!”)
¡Vivan
Fidel y Raúl! (Exclamaciones de: “¡Vivan!”)
¡Socialismo
o Muerte!
¡Patria
o Muerte!
¡Venceremos!
(Ovación).
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