Había una vez, no hace mucho
tiempo, una niña llamada Lia, a la que
le gustaban mucho los domingos,
porque casi siempre se pasaba el día con su abuelita Mary, su papá, Melissa, Keily y muchos amigos más allá en la Calle 9, por el
reparto El Valle, en el municipio de Bayamo.
Pero un domingo, cuando la
llevaron para su casa, había estado lloviendo toda la tarde, parecía que el
mundo se iba a acabar por los remolinos que hacía el viento, las calles se inundaron, el ruido de los mangos al caer
al techo de zinc de la casa de Tony, el vecino de al lado, resultaba pavoroso y no faltó
quien hablara de malos presagios.
Luego, -después de una jornada agotadora de juegos con los niños y su mascota-, como a las ocho de la
noche, cuando el cielo se despejó, las nubes permitieron ver la luna, las
estrellas… y llegó la hora de volver a Calle Siete.
... Pero una idea retozaba en la mente de la pequeña y daba vueltas y más vueltas, hasta que no pudo más y le comentó a la tía:
Mimi, abuelita Mary no quiere que lleve a Lucifer -su cachorrito peludo- a su
casa.
Primero, hubo silencio entre las
dos, más tarde, con voz pausada la tía le preguntó ¿y qué piensas hacer? Entonces miró
para todos lados como buscando la mejor respuesta y con desenfado contestó: Pues no lo llevo.
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