DISCURSO PRONUNCIADO POR MIGUEL M. DÍAZ-CANEL BERMÚDEZ, PRESIDENTE DE
LOS CONSEJOS DE ESTADO Y DE MINISTROS, EN EL ACTO CENTRAL POR EL ANIVERSARIO 66
DEL ASALTO A LOS CUARTELES MONCADA Y CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES, EN LA PLAZA DE
LA PATRIA, BAYAMO, GRANMA, EL 26 DE JULIO DE 2019, “AÑO 61 DE LA
REVOLUCIÓN”
(Versiones Taquigráficas
– Consejo de Estado)
Querido General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer
Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba;
Compañero Machado;
Comandantes de la Revolución;
Compañero Lazo;
Heroico pueblo de Granma (Aplausos):
Ante la Generación histórica que nos acompaña pronunciaré
las palabras centrales de este acto, en la misma plaza donde el Comandante en
Jefe, en igual fecha de 2006, presidió y clausuró por última vez una
conmemoración del Día de la
Rebeldía Nacional.
Cuando la dirección de nuestro Partido me encargó
hablar hoy aquí, recordé aquel momento y pensé en el significado de la
tradición que comenzó hace 60 años. En
un viaje a la inversa del nuestro, miles de campesinos a caballo tomaron la Plaza de la Revolución José
Martí de La Habana,
con Camilo Cienfuegos al frente. Al
menos dos de ellos se treparon a las farolas, como si fueran palmas, para
saludar a Fidel.
Esos guajiros, con sus machetes en la mano, le
mostraban al mundo el rostro más auténtico de una Revolución de los humildes,
por los humildes y para los humildes.
Con aquel acto comenzaron las actividades
conmemorativas del 26 de Julio, una fecha que el odio ensangrentó y el amor
convirtió en fiesta de homenaje a los hijos de la Generación del
Centenario.
Me preguntaba cómo y en nombre de quiénes debo
hablar hoy, teniendo en cuenta que en estos actos, por tradición, siempre se
pronuncian dos discursos: el de la provincia sede de la celebración y el de los
protagonistas de la historia.
En nombre de los granmenses habló el compañero
Federico Hernández, primer secretario del Partido en la provincia. Las palabras centrales de todas las
conmemoraciones anteriores, solo han estado a cargo de Fidel, Raúl, Ramiro
Valdés y Machado Ventura.
Puede parecer un detalle, pero resulta relevante
que los protagonistas de la historia, vivos, lúcidos, activos en su liderazgo
político, le encomienden a la nueva generación de dirigentes del país
pronunciar las palabras centrales en una de las conmemoraciones más
trascendentes de la historia revolucionaria (Aplausos).
Tengo claro que hoy hablo en nombre de los agradecidos, los que enfrentamos
el desafío de empujar un país —como dice el poema de Miguel Barnet—, conscientes
de la extraordinaria historia que heredamos y el compromiso de no fallarles a
los héroes de la patria ni al pueblo del que nacimos.
Lo digo al empezar, para que comprendan si en algún
momento, como suele ocurrir, la emoción se lleva alguna palabra o algún nombre
demasiado entrañable.
A Raúl, a Ramiro y a todos los asaltantes que están
con nosotros: ¡Gracias por la confianza, por el ejemplo y por el legado!
(Aplausos.)
La historia, ¡qué peso tan descomunal tiene la
historia en nuestras vidas! Es justo
decirlo aquí, donde ella empezó a expresarse como nación hace 151 años.
¿Quién que se sienta y se diga cubano puede pasar
por La Demajagua, por Yara, por Manzanillo, por Jiguaní, por Dos Ríos,
por La Plata,
por Guisa, por ¡Bayamo!, por sus calles y sus plazas, sin percibir que la
historia nos juzga?
¿Quién puede cruzar el Cauto, subir las lomas de la Sierra Maestra, o
mojarse los pies en la playa de Las Coloradas sin estremecerse de respeto y
culto al heroísmo?
¿Quién que lea La
historia me absolverá puede olvidar las palabras de Fidel al explicar por
qué se escogió la fortaleza militar de Bayamo para uno de los asaltos?, y cito:
“A Bayamo se atacó precisamente para situar
nuestras avanzadas junto al río Cauto. No
se olvide nunca que esta provincia —se refería a la antigua provincia de
Oriente— que hoy tiene millón y medio de habitantes, es sin duda la más
guerrera y patriótica de Cuba; fue ella la que mantuvo encendida la lucha por
la independencia durante 30 años y le dio el mayor tributo de sangre,
sacrificio y heroísmo. En Oriente se
respira todavía el aire de la epopeya gloriosa y, al amanecer, cuando los
gallos cantan como clarines que tocan diana llamando a los soldados y el sol se
eleva radiante sobre las empinadas montañas, cada día parece que va a ser otra
vez el de Yara o el de Baire”.
Por eso al saludarlos hoy les decía: heroico pueblo
de Granma.
Esta provincia, honrada con el nombre de la nave
que trajo a tierra cubana a 82 de sus hijos, dispuestos a ser libres o mártires
en 1956, es también cuna de nuestra nacionalidad, de nuestro himno, de la Revolución que comenzó
Céspedes en 1868 y del Ejército Rebelde que la trajo a nuestros días con Fidel
al frente.
No es casual, por tanto, que en Granma esté el
segundo cuartel asaltado aquella mañana de la Santa Ana, el Carlos
Manuel de Céspedes de Bayamo, que hoy, convertido en parque museo, lleva el
honroso nombre de Ñico López, uno de los jefes de la acción en esta ciudad;
gran amigo de Raúl, en cuyo despacho ocupa un lugar de honor la foto del muchacho
de los grandes espejuelos negros.
Ñico es inspiración un día como hoy en Bayamo. Nuestros hijos y los hijos de sus hijos deben
conocer la historia de ese joven, descendiente de emigrantes gallegos, que no
era bayamés sino habanero, que tuvo que dejar la escuela y trabajar desde niño
para ayudar a su familia; que fue de los organizadores de las acciones de hace
66 años y logró salvar la vida batiéndose heroicamente en las calles de esta
ciudad. Que, ya en la capital, se asiló en una embajada y emigró a la Guatemala en ebullición
de los tiempos de Jacobo Árbenz. Allí
conoció al doctor Ernesto Guevara y, según cuentan, Ñico fue quien le puso el
apodo con que lo reconoce el mundo: Che.
Ñico cayó asesinado en las horas posteriores al
desembarco del Granma, también en
tierras de esta provincia, pero no ha estado ni un minuto ausente de la obra
revolucionaria a la que se entregó con tanta pasión y fe en el triunfo, por la
cual sufrió hambre y penurias de todo tipo, sin perder jamás el entusiasmo ni
la sonrisa.
Es curioso que varias instituciones importantes,
como la refinería de Regla o la Escuela Superior del Partido, lleven por nombre,
no el oficial de Antonio López, sino el de Ñico. En esas cuatro letras del apodo familiar hay
un mensaje: la camaradería y amistad sin límites, como uno de los valores de la Generación del
Centenario.
Eran hermanos Fidel, Raúl, Almeida, Ramiro y aquellos hombres y mujeres que pusieron por
delante a la nación, que pensaron al país como una familia.
De ellos venimos nosotros y es muy importante que
nuestro homenaje, anual o cotidiano, no se quede encerrado en un acto, en unos
versos o unas palabras de efemérides.
La Revolución, que necesita ahora que demos la gran
batalla por la defensa y la economía, que le rompamos al enemigo el plan de destrozarnos y asfixiarnos, precisa,
al mismo tiempo, que fortalezcamos en nuestra gente la espiritualidad, el
civismo, la decencia, la solidaridad, la disciplina social y el sentido del
servicio público. Porque es uno de los
grandes legados de nuestros próceres, de quienes los tomó la Generación del
Centenario. Y porque ningún progreso sería duradero si el cuerpo social se
descompone moralmente.
Repasemos brevemente los acontecimientos de hace 66
años: Las acciones del 26 de Julio de 1953 no lograron los objetivos que se
proponían los asaltantes: se perdió el factor sorpresa, no todos alcanzaron a
escapar de la represión, que fue violenta y cruel.
Hombres fotografiados vivos, como José Luis
Tassende, herido solo en una pierna, fueron brutalmente torturados y luego
reportados como muertos en combate.
Todavía nos golpean los duros testimonios gráficos
y orales que recogieron historiadores y periodistas a lo largo de estos años,
el más insoportable: imaginar los ojos de Abel en manos de sicarios.
A pesar del dolor, de la pérdida física de esos
“seres de otro mundo” de la Canción del
elegido, de Silvio, los
sobrevivientes de aquella epopeya, guiados por Fidel, no se lamentaron nunca,
no se fueron a llorar a los rincones por sus compañeros muertos o asesinados. Crearon un movimiento con un programa liberador
que conserva plena vigencia y transformaron el acontecimiento en la motivación
de otros combates: el motor pequeño prendió al grande.
Cinco años, cinco meses y cinco días después del asalto
a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, negando el supuesto fracaso de 1953,
llegaría el triunfo de 1959. El revés se
había convertido en victoria (Aplausos).
La explicación del milagro de que un grupo de
hombres terminara derrotando a uno de los ejércitos mejor armados del
continente, solo puede encontrarse en los valores humanos más sobresalientes de
la Generación
del Centenario: sentido de la justicia, lealtad a una causa, respeto por la
palabra empeñada, confianza en la victoria, fe inconmovible en el pueblo y la
unidad como principio.
Durante la reciente discusión de la Ley de Símbolos Nacionales se
habló mucho de esa fuerza. La unidad
aparece representada en el escudo, desde los tiempos fundacionales, por el
apretado haz de varas que va de la base a la parte posterior, como columna
vertebral de la nación.
Nuestros padres y maestros nos enseñaron que era
fácil quebrar las varitas separadas, pero es imposible partir un haz de varitas
unidas.
Cuando convocamos a pensar como país estamos
pensando en la fuerza física absoluta que hay en un haz de varas que solas se
podrían quebrar con facilidad.
Nos toca pensar como país porque nadie va a pensar
por nosotros.
Y el gigante con botas de siete leguas que va por
el cielo engullendo mundos, hace tiempo dejó de ser una metáfora visionaria de
Martí para transformarse en una cruel certeza de lo que nos espera si, por
ingenuidad o ignorancia, subestimamos o creemos que no es para nosotros el plan
de reapropiación de Nuestra América que ha emprendido el imperio con la bandera
de la Doctrina Monroe
en el mástil de su nave pirata.
Venezuela cercada, robada, asaltada literalmente
con la aprobación o el silencio cómplice de otras naciones poderosas, y lo que
es peor, con la vergonzosa colaboración de gobiernos latinoamericanos, es hoy
el más dramático escenario de la crueldad de las políticas del imperio en
decadencia que combina comportamientos de policía del mundo con los de juez
supremo de la aldea global.
La OEA, cada vez más desprestigiada y servil, tira
alfombra roja a la posibilidad de una intervención militar. La Zona de Paz que la Celac acordó en La Habana para preservar a la
región de la violencia de la guerra convencional, sobrevive a duras penas por
la voluntad de naciones dignas de Latinoamérica y el Caribe.
Y también por la inteligente, heroica y
ejemplar resistencia de la alianza cívico militar de Venezuela, su Gobierno y
su pueblo a la guerra no convencional con la que todos los días se ensayan
nuevas modalidades para rendirlos.
Con desprecio absoluto por lo que un día fue la más
sagrada conquista de la comunidad de naciones del planeta: la legalidad
internacional, la actual administración estadounidense vive amenazando a todos,
incluso a sus socios tradicionales y agrediendo hasta a sus servidores
incondicionales.
El mundo entero lo sabe. Lo reconoce la Asamblea General
de las Naciones Unidas cuyas resoluciones el imperio ignora.
Lo sufrimos, desde hace 60 años, varias
generaciones de cubanas y cubanos, impedidos de construir una nación a la
medida de nuestros sueños.
¿Y cuál es el delito por el que se nos castiga?
Nuestros padres tuvieron la osadía de acabar con el
abuso y recuperar lo que se le había arrebatado a la nación una y otra vez a lo
largo de siglos: En primer lugar la tierra, comprada por transnacionales
yanquis al ridículo precio de seis dólares la hectárea, al final de la larga y
cruenta guerra de 30 años que terminó con un pacto entre el pujante imperio en
gestación y la vieja metrópoli decadente en el cruce de siglos. La colonia sustituida por la neocolonia. La
intervención.
¿Por qué la Reforma Agraria?,
se preguntaban los autores de la
Encuesta de Trabajadores Agrícolas Cubanos realizada por la Agrupación Católica
Universitaria en 1956-1957, un estudio que la Ley Helms-Burton
nos provoca a desempolvar.
“…en el campo, y especialmente los trabajadores
agrícolas están viviendo en condiciones de estancamiento, miseria y
desesperación difíciles de creer”, afirmaban los autores del estudio.
Uno de ellos, el doctor José Ignacio Lasaga,
reconoció entonces que en todos sus recorridos por Europa, América y África
pocas veces encontró campesinos que vivieran más miserablemente que el cubano.
Falta decir que trabajar la tierra no significaba
poseerla. Cuando a aquellos trabajadores agrícolas desnutridos, analfabetos,
desesperanzados se les preguntaba cuál era su mayor necesidad, prácticamente
todos solo pedían trabajo. Ni siquiera
tenían ese derecho garantizado la mitad del año.
El grado de pobreza material y social de nuestros
campos impresionó tanto a los encuestadores, que en las conclusiones afirmaban:
“Ya es hora de que nuestra Nación deje de ser feudo
privado de algunos poderosos, tenemos la firme esperanza de que dentro de
algunos años Cuba será no propiedad de unos pocos, sino la verdadera Patria de
todos los cubanos...”.
La Constitución de 1940, conquistada prácticamente
a sangre y fuego por los revolucionarios de la época, se había planteado la Reforma Agraria,
pero la Ley no
llegó hasta mayo de 1959.
Hasta entonces, nuestra tierra era el feudo de
compañías norteamericanas en contubernio con políticos corruptos y al amparo de
las fuerzas militares al mando del dictador Fulgencio Batista, quien en 1958,
tenía distintos grados de propiedad sobre nueve centrales azucareros, un banco,
tres aerolíneas, varias emisoras de radio, una televisora, periódicos,
revistas, una fábrica de materiales de la construcción, una naviera, un centro
turístico, diversos inmuebles urbanos y rurales, etcétera, según consta en el
libro Los propietarios de Cuba 1958.
Se afirma en esa investigación que poco más de 500
personas eran los dueños del país. La
mayoría de ellos huyeron al triunfo de la Revolución, abandonando sus propiedades mal
habidas y obtenidas con abuso de poder y crímenes incontables por batistianos y
cómplices del dictador.
Fueron las propiedades de esos malversadores las
que confiscó la Revolución.
Otra historia es la de las nacionalizaciones,
derecho que la legalidad internacional reconoce a todas las naciones soberanas
—de ahí su nombre— en función del bien público. También se apoya en una ley que
respalda la Constitución
del 40 y preveía indemnizaciones, que Cuba negoció con otros gobiernos —como se
negocian las nacionalizaciones—, excepto con el de Estados Unidos, que se negó
a hacerlo, confiado en que podrían retomarlo todo en poco tiempo por la fuerza.
La Ley de Reforma Agraria fue la primera gran
nacionalización y el mayor acto de justicia social demandado por el pueblo. Y
fue también el punto de ruptura, el cruce de Rubicón, como ha dicho el General
de Ejército Raúl Castro Ruz.
Aquellos que se creían dueños de Cuba, negados a
perderla, desataron desde entonces esta guerra no declarada que ha vivido
breves pausas, pero no ha tenido fin.
Para confundir a la opinión pública y darle a esa
confrontación una legalidad que no tiene, se fabricó la Helms-Burton, engendro jurídico donde
se mezclan los afanes imperiales de dominio sobre nuestros destinos y el
revanchismo de los nostálgicos del batistato.
De aquella especie inmoral y antipatriótica que
saqueó al país provienen los reclamantes actuales de las posesiones que hace 60
años pasaron, por fin, a manos del pueblo.
Incapaces de hacerlo por sí mismos, los
ladronzuelos de esta época, se amparan hoy en una ley sin poder alguno sobre
Cuba, para recuperar bienes confiscados por ser fruto de malversación o bienes
abandonados por temor a la justicia popular.
Me permito advertirles que los descendientes de
aquella caballería mambisa y campesina que tomó la Plaza en 1959 para saludar a
la Revolución victoriosa heredó la tierra y los machetes de sus antepasados y
no dudarían en blandirlos bien afilados contra quienes intenten arrebatarles la
tierra que esa Revolución les entregó (Aplausos).
“No, no nos entendemos” ni nos entenderemos jamás
con los que pretendan devolver a Cuba al estado de cosas que en 1953 llevó a lo
mejor de la juventud cubana a asaltar dos cuarteles militares con más moral que
armas.
El Programa del Moncada, brillantemente expuesto
por el joven Fidel Castro en su alegato de defensa, habla claramente de las
razones que los llevaron al combate aquel 26 de Julio:
“El problema de la tierra, el problema de la
industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el
problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí
concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado
resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades
públicas y la democracia política.
“Quizás luzca fría y teórica esta exposición, si no
se conoce la espantosa tragedia que está viviendo el país en estos seis
órdenes, sumada a la más humillante opresión política”.
Solo una Revolución podía cambiar ese panorama, que
cuatro años después del asalto se había agravado tanto que, en 1957, una
organización religiosa como la que mencioné terminaba su encuesta con el
reclamo de un cambio radical y definitivo en el país.
Cambió Cuba, pero no cambiaron los afanes de
poseerla del vecino poderoso, con la entusiasta colaboración de los halcones y
los apátridas serviles del sur de la Florida.
No pueden apropiarse de Cuba, como advirtió Maceo,
y deciden perseguirla, acorralarla, asfixiarla.
El asedio que sufren todas nuestras operaciones comerciales y
financieras ha escalado en los últimos años y meses a niveles extraterritoriales,
ilegales y criminales.
Voy a dar una cifra fresca para que juzgue el
mundo: solo en el último año, de marzo de 2018 hasta abril de 2019, el bloqueo
nos provocó pérdidas por valor de 4 343 millones de dólares.
Advierto que el dato no refleja las afectaciones
provocadas por las últimas medidas de la actual administración que limitan las
licencias de viajes, prohíben el atraque de cruceros y refuerzan las
restricciones financieras al impactar directamente al turismo y a las actividades asociadas que
benefician al creciente sector no estatal de la economía.
Son esas restricciones y la persecución financiera
contra Cuba las causas principales del desabastecimiento de alimentos y
combustibles y de la dificultad para adquirir piezas de repuesto indispensables
para sostener la vitalidad del Sistema Electroenergético Nacional, que nos han
afectado en las últimas semanas y meses y que estamos enfrentando creativamente
con la férrea voluntad de resistir y vencer.
Tras seis décadas de acoso a la más simple
transacción cubana, las pérdidas acumuladas ahora alcanzan 922 630
millones de dólares, considerando la depreciación del papel verde frente al
oro.
El cerco se cierra cada vez más sobre nuestro país
como en torno a Venezuela, Nicaragua y cualquier otra nación que se niegue a
aceptar el plan imperial para su destino.
Hoy denuncio ante el pueblo de Cuba y el mundo que
la administración de los Estados Unidos ha comenzado a actuar con mayor
agresividad para impedir la llegada de combustible a Cuba.
Con crueles acciones extraterritoriales de bloqueo
hoy se trata de impedir por todos los medios el arribo a puertos cubanos de los
tanqueros, amenazando brutalmente a las compañías navieras, a los gobiernos de
los países donde están registrados los buques y a las empresas de seguro.
El plan genocida es afectar, aún más, la calidad de
vida de la población, su progreso y hasta sus esperanzas, con el objetivo de
herir a la familia cubana en su cotidianidad, en sus necesidades básicas, y
paralelamente acusar al Gobierno cubano de ineficacia. Buscan el estallido social.
¡Qué poco nos conocen! ¿Cuándo acabarán de entender que la heroica
familia cubana es capaz de enfrentar y resistir con dignidad los peores asedios
y seguirse amando, aun en la distancia, porque nada ni nadie puede dividirla?
(Aplausos.)
Nos quieren cortar la luz, el agua y hasta el aire
para arrancarnos concesiones políticas.
No se esconden para hacerlo.
Declaran públicamente los fondos destinados a la subversión dentro de
Cuba, inventan pretextos falsos e hipócritas para reincorporarnos a sus listas
espurias y justificar el recrudecimiento del bloqueo.
En el colmo del cinismo, apelan al chantaje.
Ignorantes de la historia y los principios de la
política exterior de la Revolución Cubana nos proponen negociar una posible
reconciliación a cambio de que abandonemos el curso escogido y defendido por
nuestro pueblo, ahora como antes. Nos
sugieren traicionar a los amigos, echar al cesto de la basura 60 años de dignidad.
¡No, señores imperialistas, no nos entendemos!
(Aplausos.) Cuba, que conoce las
distancias éticas y políticas entre esta administración estadounidense y los
más nobles ciudadanos de ese país, no ha renunciado a su declarada voluntad de
construir una relación civilizada con Estados Unidos, pero tiene que basarse en
el respeto mutuo a nuestras profundas diferencias.
Cualquier propuesta que se aparte del respeto entre
iguales, ¡no nos interesa! (Aplausos.)
Y en cuanto al pueblo norteamericano, está invitado
permanentemente a Cuba. Nuestras puertas
están abiertas. Vengan, vean y conozcan la realidad del país que les niegan
visitar en nombre de la libertad, derecho humano esencial que, según dicen,
falta en Cuba y abunda allí.
Por nuestra parte, no nos dejaremos distraer con
presiones y amenazas. Hay demasiados
desafíos que vencer y vamos a concentrarnos en ellos: en primerísimo lugar, la
invulnerabilidad económica y militar del país, el ordenamiento jurídico, la
derrota de cuanto obstáculo interno o externo persista: sea el burocratismo, la
insensibilidad o la corrupción, que no pueden aceptarse en el socialismo.
Y al imperialismo, “ni tantito así”, frase del Che
y enseñanza permanente de la Revolución (Aplausos).
Estos mensajes de la Cuba de principios políticos
invariables, los llevaremos al Foro de Sao Paulo reunido en Caracas esta
semana, para fortalecer la integración de las fuerzas de izquierda y su
movilización frente a la ofensiva imperial que se ha propuesto quebrarnos,
dividirnos y enfrentarnos.
Queridos compatriotas:
Lo que hemos encontrado en nuestros recorridos por
esta provincia y escuchamos en el discurso de su primer secretario, Federico
Hernández, son resultados económicos y sociales importantes. El territorio mereció la sede por sus avances innegables
(Aplausos).
Destaco principalmente el 80 % de explotación de
las tierras cultivables y el impulso a los polos productivos para el
autoabastecimiento municipal, por la contribución que pueden hacer a la
sustitución de importaciones en renglones como el arroz, alimento básico
en la dieta de la familia cubana. Pero
—siempre hay peros— las autoridades del territorio reconocen que, aun con
récords productivos importantes, están lejos de sus potencialidades.
Es una realidad común a todo el país, donde la
batalla por el desarrollo es una intensa y fatigosa carrera de obstáculos de
todo tipo. El primero y determinante, el
bloqueo norteamericano; el segundo, las prácticas incompatibles con el
socialismo, que ya hemos señalado en las intervenciones ante los economistas,
los intelectuales y artistas y en la Asamblea Nacional.
No me cansaré de insistir en el deber de pensar
como país, de espantar el egoísmo, la vanidad, la desidia, la chapucería, el
“no se puede”.
Dejemos de
creer y afirmar que la culpa es del otro sin mirar antes qué estamos haciendo, creando, aportando cada uno de nosotros.
Considerando el panorama de asedio brutal a
nuestras operaciones financieras que he descrito antes, todos tenemos el deber
de cuidar como “niñas de nuestros ojos” las costosas inversiones emprendidas en
el transporte, la industria, las comunicaciones y otras áreas que estamos
acometiendo.
Pretender que de repente la mentalidad se
transforme a la velocidad máxima que pueden alcanzar nuestros trenes, podría
sonar a utopía si no creyéramos en el pueblo y en sus reservas de moral y sus
aspiraciones a un crecimiento con belleza.
Pero esos cambios no salen de un sombrero. No somos magos.
Nuestro Consejo de Ministros no opera con
ilusiones. Nos corresponde dirigir y
dirigir bien los escasos recursos disponibles para garantizar la distribución
equitativa y justa de los bienes creados.
Estamos impulsando la producción nacional con
eficiencia y competitividad, las exportaciones y la sustitución de
importaciones, la inversión extranjera, los encadenamientos productivos, el
empleo de la ciencia, la técnica y el talento de nuestras universidades para
innovar, el Gobierno Electrónico y la comunicación como elemento fundamental en
la pelea por destrabar y arrancarle un pedazo, lo más grande que se pueda, a
los problemas de cada día.
Se aprecia un nivel de respuesta que entusiasma,
pero no basta. Las circunstancias nos obligan hoy, como nos han
obligado siempre, a imponerle un ritmo de avance superior a nuestras metas,
a exigir, a controlar, a desterrar la rutina y a verificar en los hechos si la
fórmula que empleamos ayer es efectiva o hay que renovarla.
Debemos sancionar fuerte y oportunamente a los que
no entiendan que hoy defender la patria pasa por cuidar y proteger sus escasos
bienes materiales.
Si el Gobierno se consagra a mejorar la vida de
nuestros ciudadanos, Gobierno y ciudadanos deben impedir que se maltrate,
ensucie o descuide lo que tanto costó adquirir.
Puestos frente a la vieja disyuntiva de subir
salarios ya o esperar resultados productivos para respaldar esas erogaciones
decidimos elevarlos. No una, sino varias
veces el valor de lo que se estaba pagando.
Tampoco esperamos terminar el año para empezar a
aplicar esta medida tan popular como dependiente de lo que seamos capaces de
hacer todos para que se traduzca en crecimiento.
Pero, para sostener esa y todas las medidas de
beneficio social que sean posibles, es preciso producir más y elevar la calidad
de los servicios.
Nuevas medidas, propuestas por el pueblo, deberán
aprobarse en las próximas semanas y meses.
Vamos por más no es una consigna. Es la traducción al lenguaje de gobierno de
la respuesta política al enemigo: Con quienes quieren robarnos la tierra, la
casa, las escuelas, los hospitales, los círculos infantiles, las fábricas, las
playas, los puertos y aeropuertos… ¡No nos entendemos!
Es la concreción en la práctica de nuestra voluntad
de no dejarnos distraer por las presiones y amenazas y resistir creativamente
sin renunciar al desarrollo.
“Los años duros impuestos por el asedio del
imperialismo no pueden ocultar verdades como puños bajo el manto de la
desmemoria”, ha escrito la querida intelectual Graziella Pogolotti en su más
reciente artículo, donde también nos recuerda que: “Porque la lucha no ha
concluido, siempre es 26”
(Aplausos).
Sí, el 26 de Julio será siempre una gran
inspiración. Y pensando como país, quiero retomar una consigna de los años
de trabajo en provincias, cuando convocábamos al pueblo motivados por la
significación de esta fecha:
¡Trabajemos todos por hacer de cada día del
almanaque un 26, de cada mes del calendario un julio, de cada compromiso un
Moncada victorioso!
El mundo verá lo que somos capaces de hacer y el
mundo nos acompañará en nuestra resistencia.
Es hora de hacer un nuevo y urgente llamado a su conciencia.
Podemos empezar o terminar esa convocatoria, con
unos versos de quien siempre dijo Sí a la Revolución: Roberto Fernández
Retamar, ensayista y poeta, intelectual enorme que se nos ha ido apenas. Expliquemos con sus bellas palabras qué somos
y qué estamos haciendo, a pesar de los fuegos y los cercos.
En su poema A
quien pueda interesar, escribió Roberto:
A lo largo de toda la isla, somos menos que los que
diariamente
deambulan por una gran ciudad.
Somos menos: un puñado de hombres sobre una cinta
de tierra
Batida por el mar.
Pero
Hemos construido una alegría olvidada.
Por esa alegría que seguimos construyendo: ¡Vamos
por más! Porque todos ¡Somos Cuba! ¡Somos Continuidad!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(Ovación.)
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