Cargo en el alma un amor grande, sublime… y me ha
bastado solo un minuto de reflexión para convertirlo en algo especial y
compartirlo contigo. Sí, sesenta segundos suelen ser suficientes para pensar y
volver a pensar en estas líneas que Calle Siete quiere dedicar a Orlando
Blanco, vecino de Manolo, amigo de Micaela y centinela de mis sueños.
Papá, ¿te he mencionado lo agradecida que estoy
de ti? Gracias por haberme dado la vida. Tú me quieres tal como soy, en las
noches de insomnio, las frustraciones, los pasos inseguros, las lágrimas que
enjugas como tu propio dolor y siempre, siempre, siempre, encuentro las
palabras de consuelo, el camino que me lleva a tus brazos para descansar de mis temores y sobre la
frente, el cariño del beso paternal.
Diferencias generacionales aparte, lo cierto es que te quiero hoy que hace calor y ayer que llovía,
también por el trabajo de día y de noche, quizá para ahuyentar las escaseces;
el valor y el coraje con el que afrontas
la vida en favor de la familia; empero, lo que más aprecio es ver cómo cuidas a
mi madre sin preocuparte de que tus piernas ya no quieren responder, como
cuando eras joven y no pesaban los casi 82 años de edad que acompañan tu andar.
En el silencio de los ojos que callan la verdad
de mi padre, puedo escuchar una verdad contenida con ganas de gritar. Él, a
veces, no necesita palabras, no necesita su voz, sino su mirada que habla de
serenatas, de caminar bajo la lluvia, de andar descalzos por las arterias de Bayamo, que es decir Cuba, de antes y de ahora
mismo… porque el amor nos hace felices.
Contigo crecí cuidada y amada. ¡Gracias, papá!
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