Desde que los primeros rayos del sol sorprendieron mis sueños, este 17 de mayo, y mis ojos se negaban a desperezarse, ya estaba yo meditando sobre la necesidad de pensar desde estas líneas de Calle Siete en Raúl Maillo.
Sí, porque Raúl, padrino de Ana, una de mis hermanas, compadre de mis papis y vecino de los buenos, además de excelente persona, pertenecía a una de esas familias a las que les fueron intervenidas las tierras, cuando el 80 por ciento de los mejores suelos eran propiedad de compañías norteamericanas. Y lo entendió.
Con la Primera Ley de Reforma Agraria, firmada por Fidel el 17 de mayo de 1959 en la Comandancia del Ejército Rebelde en La Plata, Sierra Maestra, se cumplió una de las medidas fundamentales del Programa del Moncada contenidas en el alegato La Historia me Absolverá, que tenía como propósito entregarles las tierras a los campesinos.
Hoy, es conveniente volver a la historia para no olvidar que los grandes latifundios se convirtieron en granjas del pueblo y se inició un camino de independencia económica que aún busca el perfeccionamiento y el bienestar para todos.
Esto, también, se lo debemos a Raúl. Y porque en esta fecha no solo se conmemora la revolucionaria ley, sino, asimismo, la constitución de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños preciso recordar a ese campesino bayamés que trabajó la tierra hasta su último aliento y la amó con la misma ternura que a su esposa Adis Fonseca y a sus hijos.