No pretendo caminar sobre el agua, ni peco de irracional si hablo hoy, cuando Cuba toda celebra el Día del educador, de la belleza de mi maestro Rodrigo, en la escuela primaria Mártires de Girón, en el municipio de Bayamo.
Y no me refiero a la belleza como categoría estética ni, insisto, mi percepción está relacionada con la definición del filósofo Tomás de Aquino, quien planteaba que lo bello está más cercano a lo formal que al contenido: "pulchra enim dicuntur quae visa placent"; sino más bien vinculada a ese sentimiento de armonía y equilibrio emocional engendrado por Rodrigo en el increíble acto de enseñar.
Este hombre blanco, bajito, de suave andar ejerció la influencia pedagógica y didáctica que caracteriza a la escuela cubana, con habilidad extraordinaria, capacidad, fantasía, pasión y talento, por el pleno desarrollo de sus alumnos.
Yo que entré en el maravilloso mundo de los números y letras cuando apenas cumplía los cuatro años de edad, aprendí tempranamente por él que Martí, nuestro Héroe Nacional, decía que "la imaginación hace daño a la inteligencia, cuando esta no está sólidamente alimentada. La imaginación es el reinado de las nubes, y la inteligencia domina sobre la superficie de la tierra; para la vida práctica, la facultad de entender es más útil que la de bordar fantasmas en el cielo".
Ayer lo vi, quizás esté jubilado, él no lo sabe; pero tuve que enjugarme una lágrima mientras recordaba aquel ambiente acogedor, de respeto e íntimo que sabía generar en el aula. No soy la única que lo lleva en su corazón, en Calle Siete, otros jóvenes le tienen guardado un lugar especial.
!Cuánto quiero a mi maestro Rodrigo!