Checo es hijo de Alci Acosta, uno de los más conocidos intérpretes del bolero en Colombia. Lo corroboré cuando Alejandro y Daniel se disputaban el conocimiento sobre la vida de estos dos grandes músicos. En Bayamo y en Cuba se les respeta y se les quiere.
Mi hijo ha caído en la tentación. Los duendes que deambulan por las noches llegan con la brisa. Y yo me acabo de dar cuenta que me he quedado un poco atrás y estoy desaprovechando una de las tantas formas de estar más cerca de su edad y de su gusto por el arte de combinar coherente, sensible y lógicamente los sonidos y los silencios en el tiempo: su amor por la música.
¿Quién sabe si a través de esta manifestación artística pudiera decodificar los mensajes de mi amor por él y comprenderlo sin palabras; aunque con ritmo y armonía? Por algo existe esa empatía natural entre la música y la palabra.
Sí, porque a veces -muchas veces- no nos ponemos de acuerdo en lo que vamos a escuchar ni en los intérpretes ni en los decibeles que pueden soportar nuestros oídos; sin contar que, a parte de su función estética, es uno de esos marcadores generacionales que nos pueden unir más, y es, lo digo por experiencia, un modo sui géneris de los más jóvenes de hacer contacto.
Calle Siete es testigo de que estoy fuera de moda y de que no soporto la repetición de los mismos álbumes y de los mismos temas; empero, la música es evocadora y la que ahora comparta con mi hijo cuando pasen unos años estará llena de recuerdos.