jueves, 28 de marzo de 2019

Inocencia

Calle Siete, ese lugar especial en la red de redes, nacida de las entrañas del municipio de Bayamo, capital de la suroriental provincia  de Granma le ha estremecido la entrevista del Doctor en Ciencias Juan Ramírez, con Alejandro Gil, director del filme cubano Inocencia. Aquí se las dejo.
Inocencia, una oda fílmica necesaria
 
Cuando vemos el filme cubano Inocencia, aunque sabemos de ante mano el fatídico final de aquel suceso, no podemos desprendernos del mismo, porque “narrar desde la emoción y el humanismo, el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, acontecido el 27 de noviembre de 1871, resulta el propósito de Inocencia, afirmó su director Alejandro Gil”, en un despacho  de Prensa Latina.
De esta manera, versa la confesión del joven realizador, solo que su obra alcanzó tal dimensión que se escapa de la emoción y lo humanista hacia aristas superiores.
Inocencia se ha convertido, además, en un estandarte de buen cine y un blasón de cubanía que incita al patriotismo desde el arte.
Los primeros 10  minutos no dibujan claramente lo que habrá de encontrarse en el cuerpo del largometraje, pasados los primeros puntos de giro.
Existe una primeridad instaurada por la atmósfera y el color, una semiósfera cómplice que no vivimos, pero de la cual tenemos antecedentes  por Cecilia Valdés y las tantas otras obras de época de los años 60 del pasado siglo.
Gil nos conduce, sutilmente, a grabarnos aquellas palabras de nuestro Martí cuando evocó, quizás por vez primera, públicamente, el abominable hecho.
“No graba cincel alguno como la muerte los dolores en el alma: -no olvida nunca el espíritu oprimido el día tremendo en que el cielo robó ocho hijos a la tierra, y un pueblo lloró sobre la tumba de ocho mártires”.
Así escribía desde Madrid, en el propio seno de los colonizadores, el 27 de noviembre de 1872 nuestro Apóstol, sobre el cruel asesinato de aquellos ocho jóvenes estudiantes, víctimas de la ira irracional de una turba enardecida.
Lloró el pueblo en ese instante y, hoy, a tantos enero, pasados 148 años, cuando el hecho era solo una página de estudios en la escuela, llora el pueblo nuevamente al sentir sus almas removidas por esa magia de intimidad cómplice que solo el cine puede despertar cuando bien se cuenta una historia.
Ante el hecho artístico me viene a la mente una inquietud y nadie mejor que el propio Alejandro Gil, quien accedió a una entrevista para esclarecerme. Pensé que de entre tantos acontecimientos relevantes de nuestro país, toma Alejandro uno que aunque cada año se hacen recordatorios, no todos llegamos a verlo como lo vio Martí al decir “cadáveres amados… ensueños de la patria mía”.
-¿Por qué el fusilamiento de los estudiantes de Medicina, es que acaso lo considera como una página no justamente tratada de la historia de Cuba? ¿Quedan deudas a saldar con mayor profundidad como lo hace en Inocencia?
-Abordo el tema por los inicios de los años 90 del siglo pasado, cuando realizo un documental sobre esos sucesos de 1871. El documental apareció gracias a la serie Historia del arte militar en Cuba, en la que yo fungía como codirector,  conducida por Eusebio Leal, y uno de sus capítulos fue dedicado a los estudiantes de Medicina.
“Cuando investigamos para el documental, nos dimos cuenta de que faltaba mucho por contar, y que esa información podría asumirla un proyecto de mayor envergadura.
“Eran años duros aquellos; entrábamos en el período especial, muy difícil para enfrentarlo, con una exigente propuesta desde el punto de vista productivo. Hasta que se crearon las condiciones objetivas y subjetivas, finalmente.
“Asumíamos así la alta responsabilidad de ponerle, por primera vez, rostro a esta parte de la historia; con la pretensión de redimensionar su carácter simbólico.
Apenas sentimos que hemos cumplido  con el hecho más sensible de La Habana del siglo XIX, y esperamos contribuir con una mirada más abarcadora de nuestra historia, en lo que los sucesos y sus héroes ayuden al fortalecimiento ético y espiritual de los cubanos”.
-Inocencia ha sido identificada con el melodrama por algunos críticos y no están lejos de la verdad. Yo podría añadir que hace uso eficaz del muy nombrado thriller. No es una película menor o mayor por el género en que se clasifique, la grandeza la da su realización y la observación en cuanto a cómo escapa de clichés marcados para ofrecer una visión que conmueva desde una verdad aparentemente conocida.
-Tal valor pasa más por las habilidades del guionista Amilcar Salatti, quien logró edificar un relato equilibrado dentro de una progresión dramática exigente. Atendió muy bien los ciclos narrativos dentro del texto, evitando la concentración de la emoción, exponiéndola con sabiduría y control, sorteando el desborde peligroso. Fuimos muy celosos en este acápite, pero realmente sería el público quien nos daría la certeza de haber logrado esa pretensión.
“Nos planteamos un discurso con esencias humanas, lo historicista como contexto esencial, para desplegar en ello las urgencias y necesidades de los personajes dentro de sus confrontaciones existenciales”.
-El filme va a lo profundamente humano, como aspiró su director, y no solo es la narración de los estudiantes y su destino fatal, es la de los militares españoles de honor que bien se retratan y la de los iracundos y ciegos voluntarios.      
“Solo hemos sido intermediarios de lo acontecido. La historia tiene matices, esos hombres tuvieron ese comportamiento ante la injusticia y lo atroz que se perfilaba sobre la inocencia; lo que ocurre es que poco se sabe de ello.
"Cuando en las escuelas se estudia el dramático acontecimiento, hasta este nivel no llegan las observaciones. Por igual causa, es que se desconoce, en gran medida, que en el Mausoleo erigido a los Estudiantes de 1871, en la necrópolis de Colón, junto a los jóvenes injustamente fusilados, también reposan los cuerpos del capitán español Federico Capdevila, quien los defendió de manera digna, y el del profesor español Domingo Fernández Cubas,  que estuvo siempre defendiendo la inocencia de sus discípulos, sin importarle sufrir prisión y otras amenazas”. 
La película no deja de hacer pasar al espectador de una emoción a otra. Sin embargo, para mí, como bayamés aplatanado, que es decir cubano reyoyo, hay dos instantes en que el pecho se me aprieta sobre manera: cuando escucho un coro, primero redentor y luego de justicia, acudir a un símbolo de amor de nuestra patria, me refiero a aquella canción que fuera cantada por vez primera un 27 de marzo junto a la ventana de Luz Vázquez y Moreno: La Bayamesa. Resulta curioso que para ese entonces ya teníamos otra Bayamesa, la que luego se convertiría en Himno Nacional y, sin embargo, los autores no echan mano a esta obra, acuden a otra de similar simbolismo.
“Porque La Bayamesa de Céspedes, Castillo y Fornaris, fue la primera canción cubana, romántica, la más popular durante mucho tiempo dentro y fuera del país, dedicada a Luz Vázquez, sembraba la poesía que del alma emergía en aras de lo más sublime.
Solo desde el amor, un día brindaron ungidos de alegría juvenil, un acto de acción común devenido desde el alma. Por eso, en una situación de crisis emocional, se apela a ella como redención del espíritu, acto de unidad, amparados por la resistencia desde una canción de amor; la génesis, a su vez, de aquella más apegada al patriotismo y a la identidad nacional.   
-Al casting llegó un joven actor bayamés, Amaury Millán. Lo conozco prácticamente desde que era un niño y egresó de la escuela de arte en Bayamo. Luego lo vimos incursionar en las tablas de su ciudad. Salió a probar otros senderos y la televisión nacional nos lo devolvió en telenovelas y en series.
-Ya lo había tenido como actor en una película que aún espera por concluir su postproducción. Te puedo comentar que es un excelente actor y ser humano, lleno de pasión e inteligencia. Amaury se encamina a un futuro exitoso, entiende muy bien su profesión, y a ella se ha entregado con devoción, por eso estuvo dentro de este casting maravilloso de la película. Ahora, solo él puede contarte de qué manera su personaje, y la película en general, dejó huellas en su vida. Sería una linda entrevista.
Regreso a la historia y a sus subtramas. Me dejo llevar por el sufrimiento de una Lola que negó, de acuerdo con las costumbres de la época, un beso furtivo a Anacleto y dejó escondido en un luto cómplice a hombre y beso no nato. Es un dolor infinito, como diría Martí, saber que muchos de esos jóvenes no llegaron a saber el gusto o el placer de un beso. Me dejo seducir por el rojo de la rosa que desprenden los niños en el cementerio, es pura sangre, cargada de inocencia.
Toda la primeridad que nos atrapa no solo con la imagen, sino con una banda sonora bien estudiada, aunque algunos críticos piensen que se necesitaba más música en algunos instantes, se convierte en categoría del ser, todo o que es en su inmediatez, sin relación a nada, solo con una  relación que se comienza a establecer con nuestro subconsciente, con lo que yace oculto en los recuerdos, contado desde la primaria de una manera plana.
La fuerza narrativa de Inocencia produce un sentimiento de conmoción percibido como existente y nada más, ya que como una segundidad efectiva se convierte en una cualidad encarnada que pone de manifiesto la existencia de una tragedia.
Esta relación de causa-efecto es la que conmueve hasta el llanto, la categoría del pensamiento mediador que identificaría Peirce y que hace evidente que el signo ha sido efectivo. La efectividad radica en haber sabido llevar desde el guion hasta la imagen la interpretación lógica a la contextual.
No puedo terminar este artículo sin señalar una nota que describe en toda su estatura al joven realizador Alejandro Gil, cuando terminó de responder mis preguntas, Alejandro cerró sus puntos de vista con la expresión “Gracias, hermano”, digna de su humildad y modestia. No, Alejandro, soy yo, somos nosotros, los agradecidos.