Calle Siete, ese lugar especial en la red de redes, nacida de las entrañas del municipio de Bayamo, capital de la suroriental provincia de Granma le ha estremecido la entrevista del Doctor en Ciencias Juan Ramírez, con Alejandro Gil, director del filme cubano Inocencia. Aquí se las dejo.
Inocencia,
una oda fílmica necesaria
Cuando vemos el filme cubano
Inocencia, aunque sabemos de ante mano el fatídico final de aquel suceso, no
podemos desprendernos del mismo, porque “narrar desde la emoción y el humanismo, el fusilamiento de los ocho
estudiantes de Medicina, acontecido el 27 de noviembre de 1871, resulta el
propósito de Inocencia, afirmó su director Alejandro Gil”, en un despacho de Prensa
Latina.
De esta manera, versa la confesión del joven
realizador, solo que su obra alcanzó tal dimensión que se escapa de la emoción
y lo humanista hacia aristas superiores.
Inocencia se ha convertido, además, en un estandarte
de buen cine y un blasón de cubanía que incita al patriotismo desde el arte.
Los primeros 10 minutos no dibujan claramente lo que habrá de
encontrarse en el cuerpo del largometraje, pasados los primeros puntos de giro.
Existe una primeridad instaurada por la atmósfera y el
color, una semiósfera cómplice que no vivimos, pero de la cual tenemos
antecedentes por Cecilia Valdés y las tantas otras obras de época de los años 60 del
pasado siglo.
Gil nos conduce, sutilmente, a grabarnos aquellas
palabras de nuestro Martí cuando evocó, quizás por vez primera, públicamente,
el abominable hecho.
“No
graba cincel alguno como la muerte los dolores en el alma: -no olvida nunca el
espíritu oprimido el día tremendo en que el cielo robó ocho hijos a la tierra,
y un pueblo lloró sobre la tumba de ocho mártires”.
Así escribía
desde Madrid, en el propio seno de los colonizadores, el 27 de noviembre de
1872 nuestro Apóstol, sobre el cruel asesinato de aquellos ocho jóvenes
estudiantes, víctimas de la ira irracional de una turba enardecida.
Lloró el
pueblo en ese instante y, hoy, a tantos enero, pasados 148 años, cuando el
hecho era solo una página de estudios en la escuela, llora el pueblo nuevamente
al sentir sus almas removidas por esa magia de intimidad cómplice que solo el
cine puede despertar cuando bien se cuenta una historia.
Ante el
hecho artístico me viene a la mente una inquietud y nadie mejor que el propio
Alejandro Gil, quien accedió a una entrevista para esclarecerme. Pensé que de
entre tantos acontecimientos relevantes de nuestro país, toma Alejandro uno que
aunque cada año se hacen recordatorios, no todos llegamos a verlo como lo vio
Martí al decir “cadáveres amados… ensueños de la patria mía”.
-¿Por qué el fusilamiento de los estudiantes de Medicina,
es que acaso lo considera como una página no justamente tratada de la historia
de Cuba? ¿Quedan deudas a saldar con mayor profundidad como lo hace en
Inocencia?
-Abordo
el tema por los inicios de los años 90 del siglo pasado, cuando realizo un
documental sobre esos sucesos de 1871. El documental apareció gracias a la
serie Historia del arte militar en Cuba, en la que yo fungía como codirector, conducida por Eusebio Leal, y uno de sus
capítulos fue dedicado a los estudiantes de Medicina.
“Cuando
investigamos para el documental, nos dimos cuenta de que faltaba mucho por
contar, y que esa información podría asumirla un proyecto de mayor envergadura.
“Eran
años duros aquellos; entrábamos en el período especial, muy difícil para enfrentarlo,
con una exigente propuesta desde el punto de vista productivo. Hasta que se
crearon las condiciones objetivas y subjetivas, finalmente.
“Asumíamos
así la alta responsabilidad de ponerle, por primera vez, rostro a esta parte de
la historia; con la pretensión de redimensionar su carácter simbólico.
Apenas
sentimos que hemos cumplido con el hecho
más sensible de La Habana del siglo XIX, y esperamos contribuir con una mirada
más abarcadora de nuestra historia, en lo que los sucesos y sus héroes ayuden
al fortalecimiento ético y espiritual de los cubanos”.
-Inocencia
ha sido identificada con el melodrama por algunos críticos y no están lejos de
la verdad. Yo podría añadir que hace uso eficaz del muy nombrado thriller. No
es una película menor o mayor por el género en que se clasifique, la grandeza
la da su realización y la observación en cuanto a cómo escapa de clichés
marcados para ofrecer una visión que conmueva desde una verdad aparentemente
conocida.
-Tal
valor pasa más por las habilidades del guionista Amilcar Salatti, quien logró
edificar un relato equilibrado dentro de una progresión dramática exigente.
Atendió muy bien los ciclos narrativos dentro del texto, evitando la
concentración de la emoción, exponiéndola con sabiduría y control, sorteando el
desborde peligroso. Fuimos muy celosos en este acápite, pero realmente sería el
público quien nos daría la certeza de haber logrado esa pretensión.
“Nos
planteamos un discurso con esencias humanas, lo historicista como contexto esencial,
para desplegar en ello las urgencias y necesidades de los personajes dentro de
sus confrontaciones existenciales”.
-El filme
va a lo profundamente humano, como aspiró su director, y no solo es la narración
de los estudiantes y su destino fatal, es la de los militares españoles de
honor que bien se retratan y la de los iracundos y ciegos voluntarios.
“Solo
hemos sido intermediarios de lo acontecido. La historia tiene matices, esos
hombres tuvieron ese comportamiento ante la injusticia y lo atroz que se
perfilaba sobre la inocencia; lo que ocurre es que poco se sabe de ello.
"Cuando
en las escuelas se estudia el dramático acontecimiento, hasta este nivel no
llegan las observaciones. Por igual causa, es que se desconoce, en gran medida,
que en el Mausoleo erigido a los Estudiantes de 1871, en la necrópolis de
Colón, junto a los jóvenes injustamente fusilados, también reposan los cuerpos
del capitán español Federico Capdevila, quien los defendió de manera digna, y
el del profesor español Domingo Fernández Cubas, que estuvo siempre defendiendo la inocencia de
sus discípulos, sin importarle sufrir prisión y otras amenazas”.
La
película no deja de hacer pasar al espectador de una emoción a otra. Sin
embargo, para mí, como bayamés aplatanado, que es decir cubano reyoyo, hay dos
instantes en que el pecho se me aprieta sobre manera: cuando escucho un coro,
primero redentor y luego de justicia, acudir a un símbolo de amor de nuestra
patria, me refiero a aquella canción que fuera cantada por vez primera un 27 de
marzo junto a la ventana de Luz Vázquez y Moreno: La Bayamesa. Resulta curioso
que para ese entonces ya teníamos otra Bayamesa, la que luego se convertiría en
Himno Nacional y, sin embargo, los autores no echan mano a esta obra, acuden a
otra de similar simbolismo.
“Porque La Bayamesa de Céspedes, Castillo y
Fornaris, fue la primera canción cubana, romántica, la más popular durante mucho
tiempo dentro y fuera del país, dedicada
a Luz Vázquez, sembraba la poesía que del alma emergía en aras de lo más
sublime.
Solo
desde el amor, un día brindaron ungidos de alegría juvenil, un acto de acción
común devenido desde el alma. Por eso, en una situación de crisis emocional, se
apela a ella como redención del espíritu, acto de unidad, amparados por la
resistencia desde una canción de amor; la génesis, a su vez, de aquella más
apegada al patriotismo y a la identidad nacional.
-Al
casting llegó un joven actor bayamés, Amaury Millán. Lo conozco prácticamente
desde que era un niño y egresó de la escuela de arte en Bayamo. Luego lo vimos
incursionar en las tablas de su ciudad. Salió a probar otros senderos y la
televisión nacional nos lo devolvió en telenovelas y en series.
-Ya lo
había tenido como actor en una película que aún espera por concluir su
postproducción. Te puedo comentar que es un excelente actor y ser humano, lleno
de pasión e inteligencia. Amaury se encamina a un futuro exitoso, entiende muy
bien su profesión, y a ella se ha entregado con devoción, por eso estuvo dentro
de este casting maravilloso de la película. Ahora, solo él puede contarte de
qué manera su personaje, y la película en general, dejó huellas en su vida.
Sería una linda entrevista.
Regreso
a la historia y a sus subtramas. Me dejo llevar por el sufrimiento de una Lola
que negó, de acuerdo con las costumbres de la época, un beso furtivo a Anacleto
y dejó escondido en un luto cómplice a hombre y beso no nato. Es un dolor infinito,
como diría Martí, saber que muchos de esos jóvenes no llegaron a saber el gusto
o el placer de un beso. Me dejo seducir por el rojo de la rosa que desprenden
los niños en el cementerio, es pura sangre, cargada de inocencia.
Toda la
primeridad que nos atrapa no solo con la imagen, sino con una banda sonora bien
estudiada, aunque algunos críticos piensen que se necesitaba más música en
algunos instantes, se convierte en categoría del ser, todo o que es en su
inmediatez, sin relación a nada, solo con una relación que se
comienza a establecer con nuestro subconsciente, con lo que yace oculto en los
recuerdos, contado desde la primaria de una manera plana.
La
fuerza narrativa de Inocencia produce un sentimiento de conmoción percibido
como existente y nada más, ya que como una segundidad efectiva se convierte en
una cualidad encarnada que pone de manifiesto la existencia de una tragedia.
Esta
relación de causa-efecto es la que conmueve hasta el llanto, la categoría del
pensamiento mediador que identificaría Peirce y que hace evidente que el signo
ha sido efectivo. La efectividad radica en haber sabido llevar desde el guion
hasta la imagen la interpretación lógica a la contextual.
No puedo
terminar este artículo sin señalar una nota que describe en toda su estatura al
joven realizador Alejandro Gil, cuando terminó de responder mis preguntas,
Alejandro cerró sus puntos de vista con la expresión “Gracias, hermano”, digna
de su humildad y modestia. No, Alejandro, soy yo, somos nosotros, los
agradecidos.
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