Desde que llegué a la casa mi padre casi me repitió de memoria el parte meteorológico que la televisión les da a conocer a los cubanos: "Anunciaron lluvia desde Camagüey hasta Guantánamo", aseguró, sin darme tiempo a comentarios; pero no imaginé que fuera torrencial ni que Dariel, Rubén y Yasmani me invitarían a disfrutar del aguacero.
Lógicamente ya me había percatado que en lo alto las nubes mostraban las condiciones propicias para dejar caer su abundante carga, esperada por los campesinos, porque hace reverdecer sus cultivos, mejora las condiciones de la tierra, limpia, mejora el medio ambiente y también aumenta los volúmenes de agua en las presas.
Con las temperaturas que se están sintiendo en la provincia de Granma la lluvia viene siendo una bendición porque las noches son más frescas -aunque no todo lo que quisiéramos-, y a mí, particularmente, me fascina el sonido de sus gotas, que no tienen forma de lágrima, como suele pensarse.
Amo caminar bajo la lluvia porque nadie me ve llorar de pena, nostalgia o incertidumbre por una pasión deshabitada, o de felicidad por la vida, quién sabe?
Un amigo me dijo que no escuche a la lluvia porque es mala consejera; en realidad solo me preocupa cómo queda Calle Siete cuando cesa la lluvia.
Un amigo me dijo que no escuche a la lluvia porque es mala consejera; en realidad solo me preocupa cómo queda Calle Siete cuando cesa la lluvia.
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