En ese minúsculo instante en el que pasa la estrella fugaz un hondo deseo se instala en mi mente: que los 87 años que mi madre, Ebis Luisa González Tornés, lleva a cuestas no le apaguen su alegría, no le desarmen el amor ni la jocosidad con que llena sus días y los nuestros en familia.
La observo ahora que está balanceándose frente a mí. Habla de sus hijas Hortensia, que la acaba de llamar por teléfono, Anita y Onaydis, y describe cómo las ve desfilando este Primero de Mayo, por la Plaza de la Patria, en Bayamo, capital de la provincia de Granma, junto a sus coterráneos, no por jornada de trabajo de ocho horas, sí para respaldar el socialismo cubano que elegimos como sistema social.
Hace tiempo confesaba que daría la vida por Cuba. Claro, eran otros tiempos! Y cuando el país dirigió mejor su rumbo, ella colaboraba en la clandestinidad mientras argumentaba que primero había que transformar la vida y debemos esperar mucho de nosotros mismos. !Qué clase de verdad!
Ya no tiene iguales fuerzas y a veces, no advierte determinadas situaciones, se descuida, de vez en cuando de tomar sus medicamentos para sus dolencias del corazón -lo que me obliga a estar más aguzada- y gusta de dejar a Calle Siete y salir sola por Calle Línea, una vía estresante, llena de coches tirados por caballos, bicitaxis y personas apuradas.
Amo a mi madre y la adopto ahora como la niña grande que tuve cuando era pequeña.
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