viernes, 24 de junio de 2011

Glorieta de Manzanillo

Llegó el verano y puedo respirar la cálida brisa de ese mar profundo, intensamente azul, enorme ... salvaje, del Golfo de Guacanayabo e imaginar a los manzanilleros mirándose a los ojos plenos de amor, como si en ese gesto contemplaran todo el amor que llevan dentro de sí.
Quién hubiera creído que desde la distancia de estos setenta y tantos kilómetros que separan a Calle Siete del folclor de tu espacio, reconocería tu tiempo de salitre, viento, sol ... y nostalgia. Todos caminamos hacia tu rostro de estilo ecléctico  mientras al niño aquel le cuesta nombrarte en una sola palabra por temor al no sé qué.
La Glorieta es hermosa desde su genealogía arquitectónica, su base hexagonal que exhibe hermosos mosaicos vidriados de un metro de altura -que la independiza y brinda una perspectiva mayor- y columnatas de laboriosos arabescos, sus 18 arcos de medio punto y el ornamentado alquitrabe, hasta la cúpula de escamas esmaltadas y rematada por tres esferillas de mayor a menor que semejan una punta de lanza.
Manuel Navarro Luna, manzanillero por adopción, suscribió a través de uno de sus personajes, "después que tú la hayas contemplado, no te quedará nada que ver sobre la tierra", quién sabe?
Yo solo sé que me gusta la auténtica esbeltez de la Glorieta y la felicidad de la gente de la Ciudad del Golfo por el nacimiento, el 24 de junio de 1924, de esta joya morisca; y daría los humedales de la calle donde vivo y el andar melódico de los coches de Bayamo por escuchar hoy, en el céntrico parque Carlos Manuel de Céspedes, la retreta de la Banda de Conciertos.