miércoles, 27 de febrero de 2013

Céspedes y el ajedrez

Los grandes torneos se suceden rápidamente. Pensando en el momento exacto en que Daniel de Jesús comenzó a aprender las reglas y hacer buen uso de la estrategia. parpadeé como una autómata mientras me adentraba en el juego de las 64 casillas ¿cuántas rondas tendrían que dar para ser un maestro? No lo sé.
Así que  mientras acariciaba la puesta de sol Calle Siete me llevó a meditar sobre la fuerte relación de Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo (18 de abril de 1819, Bayamo–27 de febrero de 1874, San Lorenzo, Sierra Maestra) con el ajedrez. Más allá de la práctica del deporte realizó un aporte de inigualable valor: tradujo del Francés al Español "Las leyes del  Ajedrez", libro escrito por el maestro Luis Charles Mahé Da  Labourdonais  y las publicó en el periódico El Redactor, de Santiago de Cuba.
Quien jugaba  frecuentemente, con su ayudante Fernando Figueredo Socarrás acostumbraba a llevar las piezas  y el tablero a través de la manigua del oriente de Cuba en un burro de carga llamado Masón; empero, cada vez que escuchaba disparos el animal corría espantado, aunque siempre regresaba al campamento.
La última vez que esto sucedió fue capturado por las fuerzas españolas, las cuales, posteriormente, devolvieron a Céspedes los objetos que transportaba el burro Masón, pero retuvieron las piezas y el tablero, alegando que el ajedrez podría servir a los mambises para planear tácticas de guerra.
Conocido como el Padre de la Patria, con un solo  movimiento de ¨piezas¨ blancas y negras dio jaque mate a dos yugos ominosos: el de la colonia y el de la esclavitud.
Había sido Mayor General del Ejército Libertador . Su última partida fue resumida por el coronel del Ejército Libertador Manuel Sanguily, quien captó todo el simbolismo de la muerte del Primer Presidente de la República en Armas y  la resumió en poéticas palabras: Céspedes no podía consentir que a él, encarnación soberana de la sublime rebeldía, le llevaran en triunfo los españoles, preso y amarrado como un delincuente. Aceptó sólo, por breves momentos, el gran combate de su pueblo: hizo frente con su revólver a los enemigos que se le encimaban, y herido de muerte por bala contraria, cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo.