viernes, 27 de abril de 2018

Otro año de vida y amor

Existe un tiempo para todo, incluso para escribir, cuando se cree que faltan las palabras. Entonces, en asombroso ejercicio de asociaciones los recuerdos  suben a la conciencia por cuenta propia y comienzo a preguntarme dónde empezaron mis sueños ahora que estoy a punto de agradecerle al universo el regalo de otro año de vida.
Por sorpresa, la infancia desfila a toda prisa en tanto reconstruye el llanto por ir a la escuela antes de cumplir los cinco años de edad o las tardes cuando mi hermana Ana y yo, debajo de la mata de almendras del patio de la casa familiar, que era de madera, reinventábamos historias y personajes, y descubríamos  el arco iris o identificábamos y clasificábamos las incontables figuras que forman  las nubes.
Cada detalle remite a otro y a otro: la felicidad por estudiar en la secundaria básica en el campo Batalla de Mal Tiempo (Veguita 3), una de las grandes ideas de Fidel, en el granmense municipio de Yara, las recompensas y fricciones de la amistad, los primeros amores, la lectura, los temores y alegrías, la música de Juan Formell y Los Van Van, las canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés,  Roberto Carlos, el deporte, la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, el trabajo... hasta la llegada de mi mayor tesoro: Daniel.
Quizás nada  parezca tan real como el día en que, mientras mi hijo se entretenía siguiendo el revoloteo de una mariposa, se sorprendió contándome que la mami de su compañero de primer grado, de la escuela primaria Nguyen Van Troi, en Bayamo, capital de la suroriental provincia de Granma, tenía 27 años, una edad que a él le parecía muy lejana.
Sin llegar a hacer catarsis ni a liberar los fantasmas familiares y sociales de una época en la que me ha tocado vivir, ahora todo se simplifica en hacer las compras, cocinar, fregar, limpiar, lavar, bañar a mi madre, estar atenta a sus medicamentos y también a los de mi padre, jugar con Lia, la nieta más pequeña de mi hermana Ana, visitar a mi tía Ana Ibis y seguir la cotidianidad con sus obligaciones y rutinas; pero las asumo con una fuerza superior y, sobre todo, con humildad y amor.
Calle Siete es mi refugio, mi protección; en ese rincón de la geografía de Cuba comenzó a volar mi fantasía.