Cuando me invitaba a escribir en este, mi pequeño rincón de Calle Siete, sobre el amor -ese de pareja, que podemos hacer florecer, marchitarse o echar a volar corriendo sus riesgos, como las fantasías-, el colega Ibrahín Sánchez Carrillo insistía en que ese sentimiento universal está en el camino que nunca acaba, en la fuerza del futuro, y en la nostalgia con nombre y apellido.
Escribir me permite imaginar que seguimos, por ejemplo, amando los grandes sueños del siglo XX y los retos del XXI. Eran lindos esos tiempos cuando se creía a ciegas en la otra persona, sin escepticismos ni ironías. Así encuentro el amor en mis recuerdos, ese que no refleja miserias humanas, crece, se multiplica y alcanza esas figuras de nubes que se nos quedan grabadas en los ojos mientras juntamos los días y las noches.
Donde va el amor, ahí van los ojos, -nos señala un conocido refrán- y también el mismísimo instante en el que conocí a Huguito en la Secundaria, ?cuánto duró esa pasión no confesada? ... la emoción del primer beso ?cuánto duró? ... ?y el embarazo o el nacimiento de mi hijo? ... ?y el casamiento? Aguzo la mirada y pienso qué sería de la vida si se anda por el mundo sin sobresaltos ni emociones.
San Valentín asoma su mejor rostro. Desde la mujer que soy: aventurera, atrevida, rebelde, vulnerable, prefiero que este 14 de Febrero mis dedos dibujen una gran ola de ternura en la que el cuerpo y sus instintos se muevan con soberana libertad... y seguir amando.
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