Desde
el vientre de mi madre ya escuchaba su voz, sus proyectos, sus canciones y sus serenatas. Así que, como
hoy -tercer domingo de junio- es un día en el que Cuba celebra la presencia de su rol en la vida de la familia quiero
presentarte a Orlando Blanco.
Este
hombre, que echó raíces en Calle Siete, de Bayamo, municipio capital de la
suroriental provincia de Granma, no solo le dio alimento a su prole: cuatro hijos
que engendró y tres por adopción, quienes siempre le reciprocaron sus
enseñanzas, sus oficios, su amor… y lo llamaron padre.
La
primera vez que lo vi él estaba tan feliz y yo no supe medir lo que
significaría el uno para el otro; mientras me envolvía firmemente con sus ásperas manos
de constructor, dejaba explícito que sería refugio y protección. Ahora
lo comprendo tácitamente.
Ha
transcurrido el tiempo desde entonces y han cambiado mucho rostro y su figura,
pero su corazón estremece su ritmo con cada éxito o con cada sufrimiento de los
suyos. ¿Es eso suficiente? No, también puede ser fuerte en el regaño,
participar de una charla, hacer que me aleje con tan solo una mirada o expresar
sentimientos de esos descritos en los libros que quizá no ha leído.
Orlando
se ha convertido en el héroe de mi cotidianidad y de la cocina de la casa,
desde que mi madre no puede ayudarnos con esos trajines. Le agradezco continuar
junto a mí en todas las situaciones especiales, no obstante sus padecimientos de salud y
mis berrinches.
Papá,
amo el día en que nací porque me convertí en tu hija.
No hay comentarios:
Publicar un comentario