jueves, 24 de diciembre de 2015

La escuela, fragua de espíritu



Felipe Mari Aguilera, colaborador internacionalista en Angola y maestro de maestros me ha comentado sobre el siguiente trabajo a propósito del día dedicado a los educadores y me pareció oportuno someterlo a la consideración de ustedes:
Los integrantes de mi generación, aquellos muchachos que nacimos entre los años en que  la tiranía de Batista experimentaba sus últimos estertores y los momentos  jubilosos del Triunfo de Enero, somos por lo general gente sencilla, instruida, y decente, tal vez alguien considere que exagero, o que magnifico a un sector poblacional que no tuvo la posibilidad de participar en la lucha armada en la Sierra Maestra o la clandestinidad, ni tuvo edad para ir a Girón o atrincherarse cuando la Crisis de Octubre pero sirvió de enlace generacional  entre los que nos legaron la patria y los niños y jóvenes que hoy la disfrutan.
En mi caso, nacido en 1956, comencé a asistir a la escuela en 1961, la Rrevolución era muy joven, en la bodega de la esquina se hacían todos los días un debate político entre partidarios y detractores del nuevo proyecto que yo no entendía ni consideraba importante, mi padre y sus amigos más cercanos sostenían que la única solución sabia y valedera era marcharse para el Norte, eufemismo con el que se identificaba a los Estados Unidos, la gente escuchaba a Radio Swam y por doquier se comentaba de alzados, atentados, infiltraciones y escasez, mientras que mis   bisabuelos contaban de las vicisitudes que enfrentaron durante  la Guerra de Independencia de 1895 y los tíos y sobre todo las tías  narraban  las proezas   para cumplir sus misiones como mensajeras de las  huestes de Camilo Cienfuegos en los llanos del Cauto.
En medio de todos aquellos mensajes y confusiones había un catalizador, un ente que ayudaba a ordenar las ideas, que ofrecía las explicaciones sencillas y necesarias, la escuela y sus maestros. Mi aula de preescolar aún existe, al final del pasillo  de la emblemática escuela José Antonio Saco que por esa época se llamaba Jimmy Hirzell, nombre  al principio impronunciable y  de caligrafía indescifrable, tal vez porque la escuela no había aprendido aún que hay códigos que es necesario enseñar a descifrar desde temprano, pero a pesar de esas y otras limitaciones, motivadas por la prolongada influencia cultural extranjerizante de más de cincuenta años, en lugar de pre escolar se le seguía diciendo el kindergarten, comenzamos a formarnos como patriotas, gracias a la labor de  la seño Aida Cabrera, era esta descendiente de ilustres bayameses relacionados con el surgimiento del Himno Nacional y sus primeras lecciones  comenzaban precisamente por enseñarnos, acompañándonos al piano a cantar las gloriosas estrofas  compuestas por Perucho  Figueredo, a unos pocos metros del lugar donde está enclavada la escuela, para después introducirnos en el mundo mágico y maravilloso de la obra martiana.
Luego vendrían otras seños, transitaríamos a otros grados, asistiríamos contentos  a la culminación e inicio de cada nuevo curso, comenzaríamos a asumir una posición y sentirnos  responsables y partícipes activos de la construcción de una sociedad que se declaraba socialista, antiimperialista e  internacionalista, así nos hicimos pioneros que era la manera más tangible de demostrar que éramos una generación mayoritariamente revolucionaria y escuchando la prédica de nuestros maestros muchos decidimos dedicar nuestras vidas a tan noble profesión, porque, ¿qué mejor paradigma que aquella señora?, Zenaida López  a la que se le humedecían los ojos y se le quebraba la voz cuando hablaba con emoción de Maceo, de Gómez, de Fidel  o de Che Guevara, aunque entre sus funciones no se encontraba impartirnos Historia sino Matemáticas, ¿qué mejor ejemplo que aquellos muchachos veintiañeros?, como Luis, Horacio, Frank o Arturo, que después de enseñarnos las asignaturas  durante la semana, nos acompañaban a los trabajos voluntarios los domingos.
Han transcurrido unos cuantos años, hemos estudiado, las aulas universitarias se nutrieron con estos jóvenes,  luego vendrían los estudios de postgrado y cuando la Doctora Sonia Videux nos realizaba las preguntas de rigor para comprobar que reuníamos las condiciones para otorgarnos la categoría de Máster, estaba cosechando  el conocimiento ofrecido durante medio siglo por un ejército de educadores que inició  su gigantesca tarea, con la seño de preescolar.
¡Felicidades queridos colegas, la misión es compleja y agotadora, pero la recompensa, formar a los hombres y mujeres que preservarán la grandeza de la patria es invaluable!

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