Fue Norma Silva, mi professeur en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, quien me dio a conocer en francés dos obras que marcaron mi existencia: Sans famille, de Hector Malot, y El Principito, la más importante novela de Antoine de Saint Exupery.
De esta última, un clásico de la literatura infantil, considerada por la crítica como un trabajo sobre la naturaleza humana, me sorprendió, primero, la fecha -1943- y después, cierta revelación sobre las relaciones creadas por la amistad y el amor.
Traigo esos recuerdos aquí, porque hasta ellos me llevó el bendito cumpleaños colectivo, después de una asamblea de balance tomada muy adentro, con estilo familiar y aire confidencial sobre el periodismo que necesita Cuba hoy.
El festejo, que priorizó a quienes cumplieron aniversario en el primer trimestre del 2014, nos hizo viajar por los recónditos lugares donde aún conservamos los mejores sentimientos alejados de la adultez.
Mientras jugábamos a fortalecer la amistad sentía como si el principito o la princesita que llevamos en el subconsciente nos advirtiera sobre un nivel superior de realización personal. Y eso resultó además de una muy seria actividad, algo mágico.
Calle Siete suscribe las palabras del poeta chileno Pablo Neruda cuando aseguró que el niño que no juega no es niño; pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.
Por las fotos de Rafa Martínez y el entusiasmo de Sara Sariol, volvimos a ser niños otra vez, y muy felices.
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